Se fue el sol este viernes 13 de noviembre y a pesar del toque de queda y su marchita salud, Pepe Guerrero no aguantó más y cogió su camiseta en mano (no encontró a la “piojosa”, nombre por el que llamaba a un antiguo chándal con el que solía ir al Torcal), su bastón, se puso las botas y salió corriendo de su piso en busca de su Pepa. Llevaba meses padeciendo su enfermedad y 12 años, su soledad. A pesar de la pandemia, lo tuvo claro: “¡Me voy y que me diga alguien algo: astros!”.
Se le olvidó el cubo, la escoba y la escalera que utilizaba para mantener la lápida de su Pepa, como la más limpia y brillante del Cementerio de Antequera. “¿A que es la mejor de todas? ¡Es de mi Pepa! Por habérmelo dado todo, siempre te quise y siempre te querré”.
Quienes suelen pasar por las calles del campo santo y los trabajadores del Cementerio, saben de sus visitas diarias, sus conversaciones y su recuerdo sin límite a su mujer. Incluso en Nochebuena, prefería estar en la puerta del mismo en lugar de cenar con su familia. A pesar de no poder estar dentro, quería sentirla más cerca y estar todo el rato que podía.
Cada 29 de mes, solía ir a misa a San Sebastián por la mañana, junto a su hermano Ángel y luego, todo hay que decirlo, a desayunar con él y el párroco don Antonio, con conversaciones de la vida y de su Pepa, cómo no. Pero sigamos con lo que pasó el viernes.
Antes de ir allí, vio a la derecha el cartel que le recordaba “El Torcal de Antequera” ; y sin pensarlo, cogió carretera arriba y se fue a llegar a la ciudad encantada de formas, caras, animales, objetos… que él conoció antes de los GPS, Internet y redes sociales y dejó su legado a todo ese grupo de amantes del Torcal y admirados de Pepe Guerrero.
Era ya de noche, hacía tiempo que no subía, pero se adentró en su interior, dejando llevar la pasión que siempre le empujaba a desafiar la Naturaleza, a dejarse llevar por esa conversación que nadie como él tenía para mirar a las piedras y buscar el camino a seguir. ¡Cuántas rutas, pasadizos, imágenes, han sido conocidas gracias a su intuición!
Por instantes, recuperó sus sensaciones perdidas… pero decidió volver atrás para ir a ver a su Pepa mientras tarareaba las canciones de su juventud. Pero como llevaba tiempo sin pasar por allí, cayó por la Sima Rasca, donde alguien había quitado la protección que señalizaba su peligro. Perdió el conocimiento y al despertar se encontró en un lugar extraño, donde un ángel le preguntó si era Don José Guerrero Fernández, y él le dijo: “¿Yo don José? ¡Usted se ha equivocado, yo soy Pepe Guerrero!”. Y Pepe salió corriendo en busca del Cementerio donde están los restos de su Pepa.
Como nunca se le había visto, bajaba angustiado, porque no sabía lo que le había pasado y llegó al Cementerio, de madrugada, con las luces nocturnas y la reja abierta. Entró, fue en busca del nicho de su Pepa y no lo vio: estaba vacío. Puso grito en el cielo y de nuevo se le apareció el mismo ángel del Cielo que le dijo: “¡Pepe, te buscan aquí!”. Era su Pepa, que se fundió en un abrazo como el de los Amantes de la Peña de los Enamorados. Le dijo que le siguiera y los astros cósmicos que él gritaba en vida, les marcaron el camino a la eternidad.
Ella, tenía un permiso especial por unos minutos y fueron juntos al Torcal de su Antequera, le llevó a los pies de “El Cáliz”, uno de sus sitios preferidos. Y tomaron una copa de “Tío Pepe”, el vino que lleva su nombre, brindaron por los viejos tiempos y subió a lo alto y gritó: “¡Soy el Astros…!”… y una fuerte luz les hizo trasladarse a su nueva vida.
Allí le esperaban sus padres, sus hermanos, sus cuñados, sus amigos. Le habían organizado una fiesta de bienvenida. Él no paró de bailar, de besar y fijarse en su Pepa, de saltar, de preguntar… Su hermano Ángel le presentó al Señor, quien le dijo que era verdad aquello que “Después de la Creación, Dios puso su mano sobre la tierra y creó El Torcal de Antequera”. Y Pepe le contestó: “Sí, pero yo lo conozco más que tú. ¡Vente y te lo demuestro!”. Su padre le dijo: “¡Pepe, hombre!”. Y él siguió disfrutando de la fiesta. Allí sus hermanos Neri, Juan, Ramón y Puri. Y sus cuñados, Ángeles y Antonio.
Tuvo de todo, tiempo para sus amigos de Balonmano, de aquella época en la que calentaban “reventando” el balón en los postes de madera para hacer temer a los rivales. Esos años en los que surgió lo de “Astros”, su palabra de desahogo para que los árbitros no le expulsaran en vez de utilizar palabras malsonantes.
No tuvo hijos, tuvo sobrinos. Como muchas parejas, ese vacío en casa se veía compensado con vivir con la familia los aniversarios, cumpleaños, santos, Navidad… Ambos, “el Astros” y “la Pilla” eran como “La gran familia”, esa película española que reluce lo que es vivir entre hermanos. Seguro que cada uno pone cara a cada protagonista en su propia circunstancia.
Hijo de Ángel y Valvanera, tenía 78 años cuando nos dejó este viernes 13 de noviembre. Atrás quedaron sus años de niño entre penitente y hermanaco de los Estudiantes, los del noviazgo con su Pepi, Reina de las Fiestas que fue… Su boda, su trabajo en la Tesorería de la Seguridad Social, sus años encima de la bicicleta, sus paseos y caminatas a El Torcal de Antequera, sus celebraciones…
Pero el 29 de junio de 2008 paró su vida, se le fue antes de tiempo su Pepi. Desde entonces vivió en una agonía donde no pudo asumir la pérdida de su esposa y se centró en tenerla presente en el Cementerio, visitándola y hablando con ella cada día.
Dejó de lado su práctica deportiva, ya fuera en bicicleta o en un gimnasio, hasta que la recuperó andando por las carreteras y viales, con su torso desnudo y chaleco reflectante en una mano y su cayado en otro para sostenerse y seguir en pie. Su imagen marcó el día a día, como muchos describieron. ¡Lo que se divirtió con las menciones de Javier Vallespín o Pepe Díaz o las distinciones del Patronato Deportivo o de Sendero Sur!
El viernes 13, terminó su paso por la tierra, recuerdos de su juventud, su familia, sus amigos, pero sobre todo su Pepa… Ahora empieza una época nueva, en la que quienes vayan al Torcal como cuando lo hacían con él, recordarán ese hombre por el que no pasaban los años. ¡Lo que le gustaba ir al gimnasio y levantar más pesas que los jóvenes! Subir a una cima, a una piedra, gritar y mostrar sus músculos como si fuera el propio “Conan” a lo Arnold Schwarzenegger. O cuando la Pepa le obligaba a vestirse como un caballero y mostraba su otro rostro misterioso, a lo Sean Connery, era nuestro agente especial, el “niño grande” que jugaba con sus sobrinos. Siempre sacó el niño que tenía en su interior.
Le tocó marcharse en medio de una pandemia, donde las redes sociales y los mensajes por whatsapp fueron la despedida de amigos y familiares, al limitarse el aforo del velatorio y despedida en la iglesia parroquial de La Trinidad, la misma donde se casó y donde acompañó al féretro de su Pepa todo el rato en su adiós.
Sentir entre la noche del viernes 13 y el día del sábado 14. El trinitario Angél García presidió la despedida donde le dedicó unas palabras en torno a su amor a la Naturaleza y al Torcal. Muchos no se creían que él pudiera estar dentro del féretro. Algunos nos pusimos por unos instantes lo que él hubiera hecho y dicho si hubiera estado allí y pudiera haberse movido, hablado, incluso protestado, como marcaban su peculiar forma de ser. En resumidas cuentas lo que nos hubiera dicho sería: “Yo lo que he querido es a mi Pepa y subir al Torcal es maravilloso”.
Mientras, en San Sebastián el padre Antonio Fernández, en San Juan de Dios el hermano Luis y en Santa Eufemia el carmelita Antonio Jiménez, lo tuvieron presente en sus misas del fin de semana. Por la tarde ya volvió a abrazar a su Pepa. Terminó más despacio de lo que él acostumbraba, pero se nos fue deprisa como él quería, el ir en busca de su Pepa, a través de su Torcal.
La vida nos presenta muchas historias, de las que hay que recordar y no olvidarlas. A sus sobrinos y amigos les toca hacer perdurar su legado personal y el natural (enseñar los caminos hasta ahora desconocidos de El Torcal). Seguro que algún día su nombre quedará marcado en el paraje natural.
Te tocó descansar, tras 78 años, 12 de ellos aturdido por la pérdida de tu Pepa. Aquí dejas a tu tía Encarna, a tu hermana Mari, tus cuñados, sus sobrinos, tus amigos… ¡Da recuerdos por allá arriba, cuida de nosotros y de tu Torcal de Antequera!
Tu ahijado Antonio “José”