Queridos hermanos: La Cuaresma, que acabamos de empezar el pasado miércoles, es siempre una llamada a vivir en profundidad nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. En la misa donde se nos imponían las cenizas sobre nuestras cabezas, escuchábamos en el evangelio la triple invitación de vivir este tiempo desde el ayuno, la limosna y la oración.
Y aunque puede sonarnos antiguo o pasado de moda, sin embargo, podemos ver que ahora tienen mucha actualidad: un ayuno que nos invita replantearnos nuestro encuentro con el mundo donde vivimos, donde se nos pide la responsabilidad de cuidar el medio ambiente, evitando cualquier derroche. O una oración que nos abre a la existencia del Absolutamente Otro, de ese Dios que se hace presente en nuestra vida por medio de la misericordia. O con los hermanos que esperan de nosotros una actitud más fraternal, compasiva y generosa, que nuestra limosna sea de lo que tenemos, o de nuestra propia vida, más que de aquello que nos sobra.
Pues esta invitación tan tradicional de cada Cuaresma nos la presenta el papa Francisco en su mensaje para este tiempo uniéndolas al ejercicio de las tres virtudes teologales, la base de la vida cristiana: la fe, la esperanza y la caridad. La fe es lo primero, es lo que nos invita a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas. Pero no de cualquier modo. Si lo decimos a la luz del ayuno, debemos tener siempre presente que para creer necesitamos ejercer una austeridad radical. Según el Papa, ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que nos estorba, incluso de la saturación de informaciones, verdaderas o falsas que nos bombardean como si fuesen productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero lleno de gracia y de verdad: el Hijo de Dios Salvador hecho hombre.
La esperanza es el agua viva que nos refresca y nos permite continuar nuestro camino a pesar del cansancio. En este tiempo, en el que todo es tan frágil e incierto, parece una provocación hablar de esperanza. Pero justamente ahora es cuando más la necesitamos, cuando debemos confiar y volver nuestros ojos a Dios, esperando su abrazo misericordioso. Y al mismo tiempo, ello nos hará volver nuestra mirada esperanzada a nuestros hermanos para dirigirles una sonrisa y una palabra de estímulo y para escucharles en medio de tanta indiferencia, para mostrarles que nos importan. Para eso necesitamos la oración, que nos ofrece la esperanza como luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra vida: por esto es fundamental recogerse en oración y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura, a la fuente de toda esperanza verdadera.La caridad se alegra de ver el bien del otro, su crecimiento.
Estamos en momentos donde hemos compartido el sufrimiento del hermano que vive angustiado, solo, enfermo, sin hogar, despreciado, o en situación de necesidad. Lo hemos hecho, porque la caridad nos impulsa a salir de “nuestra zona de confort”, condición necesaria de la comunión. Compartir lo que tenemos no nos hace más pobres, pues lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en fuente de felicidad.
Por eso, si nos hemos preguntado cómo podemos vivir este año de la pandemia la Cuaresma, nos dice el papa Francisco que debemos hacer nuestro camino de conversión y oración, que se concreta en el compartir los bienes y los dones. Ello será el mejor fruto de nuestra fe en Cristo, con una esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable está en el corazón misericordioso del Padre.Poniendo nuestra confianza en el Dios Trinidad recorramos con confianza el camino que nos acercará a la plenitud de la Pascua. Feliz y santo tiempo de Cuaresma para todos.