Aunque a muchos antequeranos no diga nada hoy el titular de este artículo, lo cierto es que quienes buscan rincones nuevos y desconocidos, llenos de belleza y encanto, los pueden encontrar en el entorno de la iglesia del Carmen. En Antequera casi todo el mundo conoce las vistas que de la ciudad de lo llano se pueden contemplar desde el Mirador de las Almenillas, delante del Arco de los Gigantes.
Otros, los menos, han subido hasta la cima del cerro de la ermita de Vera-Cruz para ver toda la ciudad a los pies y, en el contrapunto, la acrópolis que conforman el frente de la Colegiata de Santa María y las torres y murallas de la Alcazaba, teniendo como telón de fondo las sierras, plomizas y agrestes, de las Cabras, El Torcal y Chimeneas.
No menos hermosas son las vistas que desde el Mirador de la calle Jesús podemos contemplar del flanco sur de las murallas, desde la torre del Papabellotas hasta la torre-ermita de la Virgen de Espera, con el barrio de San Juan y su iglesia como escabel. Casi lo mismo que se divisa desde la plaza del Portichuelo, frente a la puerta de salida de los pasos de la Cofradía del Socorro en la tarde de viernes santo.
Pero poca gente repara en los nuevos miradores que se fueron creando en el entorno de la iglesia de Carmen, durante la última década del siglo pasado y los primeros años de éste, y que nos regalan otra visión diferente de la realidad urbana e histórica de Antequera. Aunque no lo parezca, se trata de pequeñas atalayas de nueva creación desde las que podemos admirar un entorno paisajístico que nos transmite una sensación ambivalente. Si miramos hacia la Ribera, nos transportamos en el tiempo a una época pasada en la que Antequera fue uno de los principales centros fabriles de Andalucía; unos parajes en los que hoy reina el silencio y la quietud, en un mundo diario que a veces es doméstico y resignado. Si, por el contrario, miramos hacia la Peña de los Enamorados, observamos el centro de la actual actividad económica: el Polígono Industrial, el Parque Empresarial o el Hospital Comarcal. Pasado y presente coexisten aquí, casi con solo girarnos y andar unos pasos, de un mirador a otro.
Mirador de la Ribera
Este mirador nace en 1992, fruto de la suma de dos pequeños solares: el antiguo compás conventual y un arruinado cuarto trastero que avanzaba como prolongación de la capilla de la Soledad. Demolidos éste y la derrengada tapia de aquel, surgió un espacio de clara diafanidad y magníficas vistas hacia el sur. Y en el fondo más lejano, esa montaña mágica de torcas a la que el poeta modernista Salvador Rueda (1857-1933) cantó: “A la rancia corona de nobleza / que decora ¡oh ciudad! tus timbres reales, / otra quiso la gran Naturaleza / ajustar a tus sienes inmortales”.
Unos años antes, en la segunda mitad de la década de los ochenta, se habían configurado los miradores situados detrás del errático bloque de la plaza del Carmen. Se levantaron estos sobre unos viejos muros que salvan el desnivel sobre el callejón Piscina, siendo el punto más destacado el ‘púlpito’ abalconado de balaustres de forja, que asienta sobre una impresionante roca. La construcción del referido Mirador de la Ribera, delante de la iglesia del Carmen, completó lo que pudiéramos llamar la cornisa paisajística hacia el mediodía. Ambas actuaciones, con poca diferencia de años, se llevaron a cabo gracias a las obras que entonces se denominaban del PER (Plan de Empleo Rural). Por cierto, como curiosidad para los que gustan del anecdotario histórico local, las losas antiguas que pavimentan el espacio que precede a la entrada de la iglesia del Carmen se reciclaron de la sala de despiece del antiguo Matadero Municipal de la calle Belén y de los renovados tendidos de la Plaza de Toros.
Desde este punto, a los pies de la iglesia que levantaron los frailes carmelitas calzados, se domina la Ribera urbana del río de la Villa, con el cerro de San Cristóbal a la izquierda cubierto de un tapiz vegetal de un rico verde profundo en primavera, que se vuelve árido y seco en verano. Y más atrás, intuimos más que vemos, los farallones de los Torcales en su grandiosidad natural. Encontramos también, casi escondiéndose entre las casitas blancas que descienden hasta el río –no siempre caudaloso–, restos de las murallas de la medina musulmana y de las viejas fábricas textiles de la Antequera del XIX. En lo alto, como suspendida sobre las imponentes ruinas de la Colegiata Vieja, el buque aun orgulloso de la Real Colegiata de Santa María la Mayor. Incluso algunos días, cuando apoyamos nuestros brazos sobre el pretil de este mirador, sentimos llegar una brisa serrana, serpenteando por lo profundo del cauce fluvial, que choca dulcemente contra nuestro cuerpo y siempre nos da en la cara. Sobre todo, de noche, cuando la Ribera parece un agujero negro salpicado de menudas lucecillas. Entonces hacemos volar nuestra imaginación y la memoria nos trae recuerdos de aires toledanos y granadinos: Tajo y Darro, dialogando en su curso con las ciudades que los reciben y dejan ir.
Hay tanto que mirar y tanto que evocar de aquella Antequera que fue historia viva de actividad y progreso y que hoy duerme en la cotidianidad de una cierta placidez residencial, a espaldas del resto de la ciudad. Lo que vemos desde este mirador es, en realidad, el recuerdo íntimo, sereno y apacible de un rincón venerable de Antequera que nos trae a la mente a tantas gentes que vivieron, laboraron o pasearon por estas intrincadas calles de aires románticos. También es verdad que desde aquí se adivina una cierta degradación urbana, pero como escribió el poeta andaluz Fernando Ortiz, comentando la obra de Julio Aumente: “La vida es a menudo vulgar y no demasiado noble, y también nos depara frecuentes sorpresas”.
Mirador de la Peña de los Enamorados
Desde este lugar, la mirada se extiende hacia incontables visuales de horizontes abiertos y alejados. Y donde se nos pierde la vista, la Peña de los Enamorados. Roca caliza de perfil humano que navega, como descomunal buque pétreo, hacia una vega que se pierde por donde se pone el Sol. Solo que, desde este mirador, la Antequera del hoyo y del cerro de la Vera-Cruz se nos cruza en el camino y nos impide ver la misma vega en su extensa inmensidad de poniente.
Este Mirador de la Peña de los Enamorados, construido entre los años 2001 y 2002, ocupa el solar de lo que fue el histórico convento del Carmen, del que hoy solo se mantiene en pie su monumental iglesia. Después de la Desamortización y de la exclaustración de los frailes carmelitas calzados, la iglesia pasó a propiedad del obispado de Málaga y la casa-convento salió a pública subasta, siendo adquirida al Estado en 1844 por la sociedad de labor fabril mercantil “Moreno Hermanos” en la cantidad de cien mil reales. Esta empresa, formada por Diego y José Moreno Burgos, instaló en el exconvento la sección de tejidos de su fábrica de bayetas de lana, como un edificio más de la entidad; el otro importante edificio fabril de la sociedad fue la llamada “Fábrica Moreno”, que todavía permanece en pie junto a la “Venta del Conejo”, en el punto donde se unen el camino de la Ribera y la carretera de El Torcal.
A medida que avanzaba el siglo XIX el viejo convento del Carmen, ya convertido en fábrica textil, comenzaba a presentar un estado cada vez más ruinoso, sobre todo a partir de la disolución de la sociedad “Moreno Hermanos” en 1854 y de la definitiva paralización de los negocios empresariales cuando fallece Diego Moreno Burgos en 1863 y dos años más tarde su hijo Juan. En adelante, los herederos, como otras tantas familias antequeranas del sector textil, optaron por dedicarse a gestionar sus extensas propiedades agrícolas. Una vez más, a una generación de emprendedores industriales de la primera mitad del siglo XIX sustituyó otra que prefería el cultivo de la tierra y los usos y costumbres de la antigua nobleza terrateniente.
En cuanto al convento del Carmen, en 1883 se demolió la torre del Gallo por estar algo inclinada y, algunos años después, el resto del edificio, ya sin uso de ningún tipo. Lo cierto es que en la inscripción registral de 1889 todavía está en pie, mientras que en la de 1905 ya se describe como “Un edifico nombrado Exconvento del Carmen Calzado de esta ciudad, reducido hoy a solar…”. Cuatro años más tarde, por impago de deudas tributarias de sus propietarios, el ya solar vuelve a propiedad del Estado y éste nuevamente lo saca a subasta pública. En 1909 es adjudicado a José García Sarmiento, viudo de Elena Berdoy Luque, permaneciendo en poder de sus herederos hasta el año 1994. Entonces pasó a propiedad del Ayuntamiento de Antequera, vendido por José García-Berdoy Regel y su hermana María Teresa –esposa del reconocido filólogo español Francisco López Estrada– en la cantidad de cuatro millones de pesetas.
Desde un primer momento, barajábamos desde el Ayuntamiento la intención de comprar el solar para convertirlo en un espacio público y abierto, combinando las funciones de mirador, jardín y zona de juegos infantiles. Así se creó una gran plataforma-mirador, como continuación de la cota de la acera de la plaza, y otra zona más baja para no dejar ‘enterrado’ el volumen de la iglesia. Con esta dualidad de niveles se consiguió una superficie más elevada, desde la que divisar con mayor facilidad el paisaje urbano y rural que precede a la Peña de los Enamorados, y otra más deprimida que evitara humedades al templo carmelitano.
En el año 2000 miembros de la Cofradía de la Virgen de la Soledad, conscientes de que el solar anexo a la iglesia ya era propiedad de Ayuntamiento, me hicieron una visita a la Alcaldía, solicitando la cesión de los metros necesarios para construir su casa-hermandad y salón de tronos. La petición me pareció acertada, puesto que la recia estructura de hormigón armado del nuevo edificio, que se adosaría a la iglesia, iba a hacer la función de apoyo y contrafuerte del mismo, algo que perdió cuando en los años finales del siglo XIX se demolió el convento. Además, la construcción de la casa-hermandad también iba a servir para alejar las preocupantes humedades que afectaban a las capillas del lateral del Evangelio de la iglesia. Como se suele decir, se matarían dos pájaros de un tiro: la cofradía tendría el espacio que necesitaba y el monumento nacional vería reforzada su estabilidad al tiempo que desaparecían ciertas patologías.
Para conformar la pared que sostiene el propio mirador de la Peña de los Enamorados se utilizó como base el antiguo muro del convento que aun permanecía en pie, en el que se combinan las verdugadas de ladrillo y la mampostería de piedra. De hecho, todavía se pueden ver los arranques de sillares de dos contrafuertes que sostenían este muro en el acerado de la calle Virgen de la Soledad, los mismos que en toda su primitiva altura se observan en una foto de 1880.
La gran superficie rectangular de la plataforma-mirador, rodeada de un largo pretil con caída hacia la calle Virgen de la Soledad y de pilarillos de ladrillo con barandas de forja en los lados del río y de la iglesia, queda completamente abierta hacia la plaza. En este caso se prefirió no plantar arboleda, ya que a medida que los ejemplares elegidos fueran creciendo terminarían tapando la iglesia del Carmen y, de alguna manera, dando mayor protagonismo al inadecuado bloque de viviendas levantado durante la dictadura. La zona paralela a la casa-hermandad se pavimentó con costeros de granito y el resto de la superficie se dedicó a zona de aparatos para juegos infantiles. Desde este nivel se planteó una bajada escalonada de doble tramo, con desembarco hacia la curva de la calle de nueva creación, que el pleno del Ayuntamiento decidió denominar en aquel momento como Virgen de la Soledad.
Mirador de las torres y espadañas
En la zona cercana a la Moraleda, donde en los siglos XVI al XX existieron varias tenerías y posteriormente naves de gallinas ponedoras, se planificó, finalizando el siglo XX, una urbanización residencial de viviendas unifamiliares, con apariencia de casas blancas de barrio histórico andaluz. Desde el punto de vista paisajístico esta promoción urbanística tuvo la virtud de minimizar, desde los Jardines del Rey, el efecto negativo del bloque de la plaza del Carmen, ya que en la distancia quedan ocultas las plantas baja y primera del mismo. El promotor de esta nueva urbanización fue José Carretín Soto, en nombre de “Hacienda El Romeral, S. A.”, quien presentó el proyecto en septiembre del año 1999. La licencia municipal de primera ocupación se concedió en el año 2002, aunque las nuevas calles (nombradas como Condes de la Camorra, Tenerías, Callejón de Curtidores y Virgen de la Soledad) no se recepcionaron hasta bastante después, debido a problemas en la ejecución de los pavimentos de granito. En el punto más alto de esta urbanización planteamos una plazuelilla con mirador, desde la que se divisan, en una lejana cercanía, un buen número de torres y espadañas que sobresalen sobre el resto de los edificios. Si giramos la vista, de izquierda a derecha,veremos las torres del palacio del Conde de la Camorra, de la Colegiata de San Sebastián, de la iglesia de San Agustín, del palacio de los Marqueses de la Peña, del exconvento de Madre de Dios y de la parroquia de San Pedro.
En el mismo recorrido visual también nos encontramos con las espadañas del convento de las Descalzas, del antiguo monasterio franciscano de San Zoilo, de la ermita de Vera-Cruz, del exconvento de Santa Eufemia y de la iglesia de las clarisas de Belén. Todo ello con un simple giro de cabeza y sin movernos del sitio. Este singular espacio, plantado de seis naranjos, algunos años después de su inauguración y siendo ya alcalde Ricardo Millán, pasó a denominarse “Plazuela Mirador Pepe Toro”.
Aunque esta visión de la ciudad de lo llano, en la que destacan los volúmenes de los monumentos más significativos, es muy similar a la que tenemos desde el Mirador de las Almenillas, también difiere bastante pues el punto de observación es mucho más bajo. Es decir, la imagen de los monumentos no se capta en un plano en picado, sino casi a ras de los mismos y, en algunos casos, recortados en el cielo. Una imagen parecida y distinta a un mismo tiempo.