viernes 22 noviembre 2024
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Desde que a los perros se les trata como a personas…

–Mira Héctor, vas a conocer a tu tío Paquito– el asunto no tendría la menor importancia si no fuera porque Paquito era un señor, con todas las de la ley; recto, justo, educado y poco dado a cambiar el orden de las cosas. Héctor, era el nombre del Fox terrier que hacía pocas semanas había llegado a la familia, haciendo las delicias de todos,  encontrando un cariño y cuidado difícil de hallar en nuestra sociedad ¡Viva la raza canina! 

Después de las presentaciones, una demostración exhaustiva de las capacidades del chucho, desde la inteligencia que parecía no tener límite, hasta la simpatía que tenía embobado a toda la familia, enumeró, una tras otra, las normas de educación que estaba aprendiendo a la velocidad del rayo, por supuesto, sin dejar de interrumpir el dialogo –por decirlo de alguna manera– entre el dueño y el animal. 

No había espacio para nadie más, el nuevo tío, apartado de la escena principal, se preguntaba como era posible que su querido hermano  se hubiese entregado con tanta pasión al recién llegado. No solo era el capricho de Reyes Magos que sus sobrinas, saturadas de todo lo que ofrecía el mercado, habían pedido, era indiscutiblemente el bebé de la casa. Todos lo cuidaban, aseaban, paseaban, llenaban de besos hasta arrancarle pequeños ladridos de incomodidad, y se  rifaban  su cercanía. Parecía que el inquieto y alocado canino, había traído la felicidad al hogar.   

Paquito, contemplaba la escena con inquietud, algo está cambiando en la sociedad que levanta sombras, si no, espesas brumas poco clarificadoras, las personas están dejando su espacio para ser ocupado por animales de compañía. Piensa que a los perros se les trata como a personas y a éstas como perros, al menos con bastante menos efusión de cariño del que está presenciando con el animal.

Paralelamente, Paquito se había acercado al hogar de su hermano para insistirle que su madre —en la residencia de ancianos– echaba en falta las visitas de su hijo menor y que la tenía muy preocupada por si padecía algún problema de salud. Pensó que algunos de tantos besos como le daba al perro, lo podría guardar para su madre, pero diciendo adiós y dándose la vuelta abandonó la casa. El perro era el rey, había quitado la voluntad a su hermano. Su madre, en la residencia, siguió entristecida y ausente de su pequeño.

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