Entre tantos lugares conocidos se sitúan como si nada. La memoria se limpia de telarañas con las primeras horas del día y con los minúsculas rayos de sol que asoman entre los angostos cañaverales que, embarrados a veces, conducen a la vida de cada uno.
Estamos en un lugar que no es un museo pero se agolpan las obras. Esas obras se llaman sombrillas, pero no es una galería de arte, ni tampoco una muestra arqueológica con legado histórico de nuestros antepasados. A la hora señalada, que nunca se sabe cual es, aparecen sembrando campos de arena sin recurrir al artificial TikTok, ellas simplemente son auténticas, y cubren litorales de este a oeste o de norte a sur que para eso hab
itan una península. Se posicionanen los arenales o en las playas, que es una palabra más del sur. Como sirenas varadas de colores forman un arcoíris en el que algunas veces no se compensan los tonalidades, pues el naranja se hace con el mando o el azul eclipsa todos los demás. Fuera como fuere es algo tan natural, tan lejos de artificios, que se agradece la falta de instagramers. Y hay en ellas algo que nunca falla: las rayas, las sombrillas de rayas.
Sí, estamos hablando de las genuinas e impertérritas sombrillas de playa. En este conjunto atornasolado, ellas marcan esos cambios tan rebeldes y deseados. No hace falta ser un gran observador para descubrirlas en medio de la vorágine de un Domingo de verano. Si sois observadores veréis que las que más abundan son las de rayas azules y blancas unas rayas que paralelas se rompen en las costuras de las varillas para continuar casi concéntricas hasta concurrir en el lado opuesto Estas sombrillas cantan a los cuatro vientos que están libres de fanatismos políticos o religiosos, de ideas subversivas o de aquellas de tira la piedra y esconde la mano. Son francas, directas, no les gustan los trapicheos se dedica a hacer su trabajo: ¡Dar sombra!
