“Si siempre intentas ser normal nunca descubrirás lo extraordinario que puedes llegar a ser”
(Maya Angelou).
Saliendo de la calle principal todo es parque luminoso y suelos cubiertos de escarcha en una tarde para que los nuevos poetas vivan una experiencia inolvidable. Ser jurado de estos premios Poetas del 27 es una experiencia entrañable. Las imágenes sin mirar pasan apresuradas por el lado derecho del camino que está a la izquierda de todo y frente a un viento marino cuajado de veleros que aprovechan las olas y las ráfagas de ensoñaciones para salir volando sobre rayos de sol que llaman a las ventanas cerradas y con visillos que se esconden a la vida como si algo tuvieran que ocultar. Pero no, la poesía de los pequeños promete. Esperanzas de un futuro poético, de un destino de rimas asonantes y traviesas.
Conoces a través de mascarillas a chicos y chicas que se ganaron el galardón de poetas a través de sus breves e intensos estrofas y descubrieron que en poco tiempo pueden pasar de ser un desconocido o un compañero más de clase, a un aplaudido autor que puede imaginar, escribir, trasladar sentimientos a esos versos, a esas palabras hacia ese título tan especial que recorra la página escrita y te haga ganar. Pero lo mejor de todo estriba en que a partir de ahora, en ese instante, muchos de ellos, de ellas querrán escribir poesía.
Es en ese momento usando la libertad de una métrica casi inexistente, se transforman en aquello que muchos ni siquiera soñaron, para algunos la inspiración está en una casa con secretos que guardar, en noches de jugadas rápida de ajedrez que engañosas y a veces taimadas te retan a ir más allá del folio en blanco o de la pantalla del ordenador y su teclado con luces de neón o de esa tablet que les regalaron cuando ni siquiera soñabas con escribir una poesía. Queda un mundo entero por escribir y ellos lo saben.