La vida es tan maravillosa, tiene tantos detalles hasta que… nos empeñamos en fastidiarla. Por eso hay que buscar lo positivo, el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno. Hoy les comparto dos gestos de dos padres en dos momentos que me emocionaron al sentir lo mucho que se puede transmitir con tan poco.
El primero de ellos, un padre cansado de la vida, tras toda una amplia de autónomo trabajador, soportando la dureza de vivir y trabajar en la calle sin los utensilios de hoy como los móviles. Como la mayoría de las personas mayores, dos años casi sin salir. Con su tercera vacuna puesta, los dolores de los huesos y los achaques de la edad, intenta salir cuando puede para estirar las piernas.
Como padre, como abuelo, echando en falta las reuniones familiares, los abrazos, los besos, el poder tener al lado a los suyos. Era el cumpleaños de su hija y este año tampoco podía estar con ella como siempre ha buscado con ella y el resto de hijos. Pero no podía estar sin verla. Así que en su pequeño paseo por las calles próximas a su casa, se llegó a la casa de su hija, llamó al portero y la felicito en la puerta del piso. No quiso entrar, respeta a los suyos, mermados por este virus que tanto nos está quitando.
Allí se produjo el encuentro, el abrazo, el cariño de tantos años de un padre con su hija, con los hijos de su hija. Indescriptible el momento, lo sentido, sin apenas palabras. Es la fuerza del corazón, del cariño, del amor de un padre a su hija. Las piernas le fallan, los años le pesan, pero tenía que ir a ver a su hija en el día de su cumpleaños.
Otro lugar: el Pabellón Fernando Argüelles. Un padre paseaba con su hijo por los alrededores y de repente, ve llegar el autobús del Barcelona. Sí, del equipo del padre y del hijo en Antequera. El niño avisa al padre y el padre se acerca con el hijo a preguntar qué equipo era. Se trataba de la formación de fútbol sala que venía a jugar con el UMA Antequera. El niño no tuvo que decir nada: el padre le pide una foto con los jugadores y saca sus entradas y entran al pabellón como si fuera el Camp Nou. Allí estaba el escudo que tanta pasión despierta en sus casas.
Pregunta dónde sentarse para estar cerca de su banquillo y se ponen tras ellos. El pequeño le pregunta todo detalle y el padre le explica cómo se juega al fútbol sala. Embaucado por el fútbol, le llama la atención de la rapidez del 40×20 y disfruta por ver a su equipo con su padre. Termina y el pequeño le pide ir otro día a ver ese deporte que se jugaba en el pabellón de su tierra, pero que desconocía hasta que vio el autobús del escudo de sus amores.
Dos padres, dos hijos, dos gestos, dos vivencias de las muchas que habrá en el día a día. No hacen falta regalos, simplemente la conexión tan fácil del amor de la sangre. ¡Cuántos momentos inolvidables tendremos en nuestro corazón que podrán ante los recuerdos que el tiempo hace dañas en nuestras mentes! Por más momentos así entre las personas que se dejan llevar por el amor eterno…