viernes 22 noviembre 2024
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Octavo domingo Tiempo Ordinario: El juicio destruye y al amor sana

La realidad nos está hablando de un mundo que lucha por salir del COVID, de corrupción sobre todo en el ámbito social y político, de estar a punto de una guerra nuclear que podría matar a miles y millones de inocentes. Nuestro mundo está roto y dividido. Al ver la realidad sentimos la tentación de alejarnos de estas verdades y encerrarnos en nosotros mismos, dejando la responsabilidad en “otros´”.

 La Palabra de Dios hoy nos pide la capacidad de saber examinarnos desde el amor ante los problemas de nuestro mundo. Nuestra realidad del mundo rico y separado, necesita ciudadanos universales que sepan avanzar en una conversión de lo humano, lo social, lo económico, lo religioso. Es la hora de la Iglesia y de nosotros miembros de la Iglesia hemos de ayudar a quitarnos la viga que nos impide sentir el dolor de los que sufren.

Frente a esta cruda realidad Jesús en el evangelio nos recuerda: “No hay árbol sano que dé fruto dañado ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en las zarzas ni se vendimian racimos en los espinos”.

En una sociedad dañada por tantas injusticias y abusos, donde crecen las “zarzas” de los intereses y las mutuas rivalidades, y donde brotan tantos “espinos” de odios, discordia y agresividad, son necesarias personas que den otra clase de frutos. ¿Qué podemos hacer cada cual para sanar un poco la convivencia social tan dañada entre nosotros?

Tal vez hemos de empezar por no hacer a nadie la vida más difícil de lo que es. Esforzarnos para que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestra amargura. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad. 

Recordemos que el evangelio de este domingo nos invita a no juzgar. Y nos da varias razones: No debemos juzgar a los demás, primero porque el juicio pertenece a Dios, solo Dios conoce el corazón del hombre. Nosotros siempre nos equivocamos, nos falta misericordia y comprensión ante los demás. La segunda razón es que la medida que usemos con los demás la usarán con nosotros. Esta tendría que ser suficiente para ayudarnos a controlar nuestros pensamientos, y nuestra boca. Es mejor elegir la medida de la misericordia que la legalista. Y en tercer lugar porque todos somos imperfectos, tanto y más que los otros. Aprendamos a ser intransigentes con el pecado -¡comenzando por el nuestro!- e indulgente con las personas. 

Conocer nuestra debilidad, nos ayudará a ser un poco más comprensivos para con nosotros y con los que nos rodean, con aquellos que nos toca compartir nuestro tiempo y nuestra persona. Conocer nuestras propias limitaciones, admitirlas y aceptarlas nos capacita para darnos cuenta que los otros también tienen que soportar nuestras carencias. 

El Evangelio de hoy nos lleva a analizar a las personas que más severamente juzgamos y a preguntarnos por qué lo hacemos. El juicio, a veces, rompe relaciones y quiebra todo lo que puede ser la alegría de la vida. Y aquí Jesús es radical y de frente nos pregunta: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?

Finalmente recordemos que solo el amor sana muchas heridas. Nuestros pecados, nuestras equivocaciones, nuestros errores nos tienen que servir para crecer en comprensión, amabilidad y humildad para con los demás. Necesitamos aprovechar los fallos y aprender de los errores. Jesús espera de nosotros frutos sanos para una vida feliz y sana.

 

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