Hoy iniciamos la lectura del Sermón del Monte: “al ver el gentío, Jesús subió al monte, se sentó y les enseñaba diciendo”. Moisés enseñó al pueblo la Ley que Yahvé le había dado en el Monte, y ahora Jesús, con la autoridad de Dios, nos ha dado desde el Monte la Nueva Ley.
Y si la Ley Antigua dice: no debes tener otros dioses, no debes adulterar, matar, robar o mentir… Jesús comienza diciendo, Bienaventurados, (‘macarios’ en griego) que significa: grandemente bendecido por Dios.
Y ¿quiénes son los grandemente bendecidos por Dios?, los bienaventurados. Los que no han entregado su corazón a la esclavitud del dinero, sino que abiertos siempre a la esperanza, a los hombres y a Dios, son pobres desde el Espíritu, de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los sufridos, no porque quieran sufrir, sino porque a pesar del sufrimiento mantienen el amor y esperanza, ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que, sabiéndose parte de la humanidad lloran de impotencia porque no Bienaventurados los misericordiosos, los que tienen entrañas parecidas a las del Padre, alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los que su conducta siempre es sincera y clara, ellos son los limpios de corazón que verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, los que trabajan por la paz y crean la cultura de la paz, serán llamados hijos de Dios.
Y bienaventurados vosotros, cuando por haber hecho vuestra la causa de la justicia, os persigan, alegraos, vuestro es el Reino de los cielos.
Las bienaventuranzas no son una moral, ni una filosofía. Son la experiencia y vida de Jesús. Con ellas nos muestra el camino de la felicidad, ya que él es el pobre y manso, que llora con hambre y sed de justicia, misericordioso y limpio de corazón, pacífico y perseguido por hacer suya la causa de Dios, por eso, él nos pregunta: ¿Qué te parece? ¿Quieres probarlo?
La decisión es nuestra, de nosotros depende que queramos ser bienaventurados. Por eso, mirémonos cada mañana en el espejo de las Bienaventuranzas y comencemos el día con cara de dicha. El Espíritu Santo nos dará fuerzas para que, como un pobre, vivamos abiertos a Dios y a los hermanos.