Dormían, incluso los insomnes pasaban las horas, tranquilos, esperando un rato de sueño, una cabezada compasiva que le diera el suficiente valor para ponerse en pie e irse a sus quehaceres diarios. Pero la Tierra, de la que nos enseñaron de pequeños que gira alrededor del Sol y que tiene dos movimientos casi mágicos, cuando en primaria, nos imaginábamos esa traslación y la rotación sobre sí misma, también aprendimos, y esto fue una sorpresa mayúscula, que nuestro planeta estaba incandescente en su interior, en su núcleo.
Luego llegaron las aventuras de Julio Verne con un viaje al centro de la Tierra que nos hacía soñar extraordinarias aventuras, obviamente muy de la mano del magnífico profesor Sir Oliver Lindenbrook, interpretado en la pantalla por James Mason y a la no menos valiente mujer que los acompañaba Carla Goetabaug, personaje encarnado por Arlene Dahl. El centro de la Tierra era y es una masa incandescente de hierro y níquel, con una temperatura casi tan alta como la del Sol.
Esa furia genera ondas sísmicas y salen al exterior dispuestas a llevarse muchas vidas por delante. La tierra ha temblado de madrugada en Turquía y Siria con una violencia incontestable, como no se había visto en el último siglo. La magnitud brutal,7,8 en la escala de Richter. Miles de edificios y sus moradores han quedado reducidos a la nada, a escombros. Personas que ya se encontraban desplazadas víctimas de una década de guerra civil y que dependen de la ayuda humanitaria de la ONU. ¿Se imaginan la doble o triple tragedia de estos seres humanos? Algunos cuentan que sus casas, su hogar, el reducto donde viven o sobreviven, han sido bombardeados varias veces. De nuevo Alepo como protagonista. Ciudadanos entrenados en labores de rescate y salvamento acostumbrados desgraciadamente a los aviones rusos y los bombardeos sirios.
Sentir que algo pasa en el suelo que pisas debe ser horrible. Cuando la tierra abre sus fauces, no sólo devora escuelas, tranvías, hospitales… el miedo también llega al cénit de las personas.