viernes 22 noviembre 2024
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Fiesta del Corpus Christi

Celebramos la Solemnidad del Cuerpo de Cristo. Hablamos de un cuerpo entregado por nosotros. Hablamos de Cristo que se ha quedado con nosotros. Si celebramos esta fiesta responsablemente, sentiremos la urgencia del amor, porque comemos un cuerpo entregado. Hemos de conseguir que la caridad de Cristo nos pueda, superando actitudes egoístas.

De una persona buena decimos que es como el pan. Dios es más bueno que el pan. Dios es más generoso que el pan. Dios se deja comer como el pan. Dios alimenta nuestras vidas como el pan. Dios fortalece a los débiles y conforta el corazón y nos hace crecer, como el pan.

Dicen que donde hay pan, allí hay vida y crecimiento. Donde hay pan allí hay algo de Dios, siempre que el pan sea partido y compartido. Dios quiso valerse del pan para significar su amor a los hombres. Dios quiso valerse del pan para significar su amor a los hombres. Veía a sus hijos hambrientos y quería satisfacer sus hambres, porque Dios se compadece como una madre.

Pero Dios ve también a sus hijos con otras hambres más profundas, que no se satisfacen con el pan. Hay hambres de vida, de verdad, de justicia, de libertad, de belleza, de bondad, de dicha, de eternidad. En el fondo hay hambre de Dios. Hoy pareciera que el hombre corre tras llenarse de dinero y de buscar en él su felicidad. Pero el hombre no puede llenarse con nada, sino con Dios. Y Dios está dispuesto a saciar a sus hijos. Por eso Dios se hace pan.

Y escuchamos en este domingo la palabra de Cristo: Yo soy pan. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Podéis comer todos. Os invito a mi mesa. Así mejor, reunidos. Se reparte gratis y en abundancia. El que come de este pan se alimenta de Dios. Dios pasa a formar parte de vuestra carne y vuestra sangre. Desde entonces ya no se puede comer a Dios y vivir para sí mismo, ser un egoísta, orgulloso y violento.

Después de veinte siglos puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas. En el núcleo de esa cena hay algo que jamás ha de ser olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no quedarán solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.

De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los “discípulos” son invitados a “comer”. Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras y guardarlas en nuestro corazón; y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir.

No hemos de olvidar que “comulgar” con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto “entregado” totalmente por los demás. Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan consagrado.

Comulgar con Cristo exige un acto de fe de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús. ¡Feliz día del Corpus Christi!

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