En este domingo retornamos al tiempo ordinario. Y en las lecturas de esta celebración nos encontramos, una vez más, con que Dios es fiel siempre a su palabra, a sus promesas. Comienza Mateo su relato hoy contando la situación de las personas que habían acudido a oír las enseñanzas de Jesús: eran como “ovejas que no tienen pastor”, que no saben a dónde pueden acudir. Para darle pastores a su pueblo, el Señor va a dirigirse a sus discípulos y les va a dar el encargo: “la mies es mucha y los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.
Si siempre este ha sido uno de los retos de la Iglesia, el que somos pocos los consagrados. Pero en la actualidad parece que esta problemática se ha acentuado pues todos empezamos a ser conscientes de que el número de los sacerdotes que tenemos en nuestras comunidades es totalmente insuficiente.
Entonces, ¿el Señor se ha olvidado de nosotros, no se acuerda de su Iglesia? Ni lo hace en el relato del Evangelio ni lo hace hoy. Jesús sabe que la tarea le sobrepasa, que necesita de sus discípulos para llevar a cabo la tarea de anunciar el Reino de Dios. Tenía muchos seguidores, ya que su mensaje era fresco y atractivo. Pero entre ellos escoge solo a doce, que el evangelista enuncia como si fuese la alineación de un equipo de futbol: Pedro, Santiago, Juan… hasta llegar a Judas Iscariote, que fue quien lo traicionó.
Hombres sencillos, más bien rudos, buenos trabajadores, pero de poca cultura. Esos son los discípulos del Maestro de Nazaret. Estos son los que van con Él para hacer presente el amor de Dios en medio de su pueblo, verdadera tarea evangelizadora de la Iglesia. Además como le ocurre al propio Señor, su predicación va acompañada por gestos elocuentes, que hablan más que sus palabras: curan enfermos, consuelan a los que sufren. En resumen dan gratis lo que gratis han recibido de su maestro.
Pero como indicábamos antes, Dios es fiel y mantiene su promesa. Por eso su llamada se extiende en el tiempo, generación tras generación. Porque Dios sigue llamando. También en la actualidad. Aunque posiblemente hoy lo que más ha cambiado es la respuesta. Hay demasiados ruidos externos y en el interior de nuestros corazones.
Además Dios no llama por Whatsapp ni por ninguna de las redes sociales que inundan nuestra vida desde nuestros móviles. Su llamada no responde a la brevedad de un vídeo de Tik-Tok. Aparentemente, no es una oferta demasiado atractiva para nuestros jóvenes: una vida de servicio, consagrada para los demás, preocupados por quien más lo necesita.
Haciendo vida aquella afirmación que cierra hoy el evangelio: hay más alegría en dar que en recibir. Una afirmación, por cierto, que está muy lejos de nuestras categorías sociales, esas que cada vez más nos están llevando al egoísmo, a encerrarnos en nosotros mismos.
Y sin embargo la llamada de Dios, es siempre una llamada a la autenticidad, que si muchos jóvenes la conocieran y la profundizaran, “otro gallo nos cantaría”. Preferimos ir con nuestros auriculares y las “orejeras” de nuestro móvil, yendo a lo nuestro, sin preocuparnos por nada ni nadie. Luego nos quejamos de cómo están las cosas o de la falta de esperanza de nuestros jóvenes.
No podemos olvidar que la persona solo puede ser verdaderamente feliz si responde con libertad y plenitud a su vocación, si ha sido capaz de hacerle a Dios la gran pregunta: ¿Señor, que quieres de mí? ¿Cómo puedo ser realmente feliz? Y desde su libertad se ha fiado de él para responderle.
Por ello os pido que en vuestra oración tengáis presente esa tarea vocacional para que el Señor nos ayude a hacer que no falten obreros en su mies. Y si podéis, cuidar la cultura vocacional en vuestras familias, para que sean muchos y buenos los que respondan generosamente a su invitación. Que el Señor os bendiga.