Dentro de dos domingos comenzaremos un nuevo ciclo o año litúrgico. La Palabra nos invita a trabajar, antes de que se nos pida cuenta. Pero ¿cómo? ¿Qué es lo más importante? ¿Qué quiere el Señor?
Hace tiempo leí una anécdota que venía a decir: “Aquel día vi a mi abuelo distinto. Seguramente presentía su final. Así que me aproximé y le dije: –¡Buenos días, abuelo!
Me senté junto él y, tras un largo instante, exclamó:
–¡Hoy es día de inventario, hijo!
–¿Inventario?
–Si… ¡De las cosas perdidas!
–Contestó y prosiguió:
– En el lugar donde me crié, las montañas ascendían como gigantes. Siempre tuve deseos de escalarlas, pero nunca lo hice, no tuve tiempo ni voluntad. Recuerdo a Mara, una chica que amé en silencio, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. También, que estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. ¡Qué de cosas no concluidas, de amores no declarados, de oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió en el vacío, se le humedecieron los ojos y dijo:
–En los cuarenta años que estuve casado con Rita, creo que muy pocas veces le dije: “Te amo”.
Y tras un breve silencio, añadió: –Este es mi inventario de cosas perdidas. Revisión que ya no me sirve, pero a ti sí. Te la dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, añadió: ¿Sabes qué he descubierto? El pecado más grave… ¿Sabes cuál es?
La pregunta me sorprendió y dije: –No lo había pensado…
Me miró y añadió:
– El pecado más grave de un ser humano es el de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente lo enterramos. Y tras el entierro, regresé a casa y realicé mi propio inventario…”.
No estaría mal que, cada uno hiciera, al final de este año litúrgico, el inventario de sus cosas perdidas. Los matrimonios podrían hacerlo juntos. Expresar en voz alta los sentimientos es saludable y ayuda en el crecimiento del amor. Todos podemos decir al Señor:
-Señor, me arrepiento, perdóname, por favor .
Los talentos que hemos recibido, no son para guardarlos, sino para hacerlos producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay que aprovechar el día, hay que aprovechar el tiempo. Ojalá no tenga que decirnos el Señor: “Eres un empleado negligente y holgazán”, sino “eres un empleado fiel y cumplidor, pasa al banquete de tu Señor”.