Así comienza el Evangelio de este domingo II de Adviento: Preparad el camino al Señor, enderezad sus senderos. Esto dice Juan, la voz que grita en el desierto: preparad los caminos. En el desierto hay silencio, soledad, noche; toda voz, compañía, claridad se pierden. Nos quedamos sin nada y eso nos da miedo; viene la tentación de volver atrás.
Pero en el desierto acontece la mano creadora de Dios. Por eso, el Espíritu nos empuja al desierto, nos habla al corazón y nos prepara para recibir a Jesús. El desierto de nuestro dolor, de nuestra pequeñez, de nuestro pecado, nos abre a Jesús. Cuando oramos hallamos al que es el Camino y abrimos caminos de generosidad solidaria en favor de los que tienen menos.
A lo que nos invita Juan es a prepararnos para recibir al que tiene que venir y para prepararnos es necesario abrirnos al deseo de la paz que nos trae el Señor. Se trata de reconocer que, en cada uno de nosotros, en nuestras familias y comunidades, hay un “lobo y un cordero”, una “pantera y un cabrito”, “un novillo y un león”, “un niño y una serpiente venenosa” que no están reconciliados y necesitan serlo para configurarnos como hombres y mujeres nuevos, revestidos de Cristo, configurados por la paz del Mesías Jesús es el que vino y sigue viniendo, ¡Ven Señor Jesús! Vino en la pequeñez del pesebre, pasó haciendo el bien, entregó su vida para mostrarnos su fidelidad incondicional y retorna continuamente pacificando: “La paz con vosotros”.
Desenmascarar la serpiente, el lobo, la pantera, el león… que llevamos dentro, que nos autodestruye y destruye a los que nos rodean, es allanar el camino para que aflore la criatura vulnerable que somos, y que es querida incondicionalmente por el Dios de la Vida, la Misericordia y la Ternura.
Yo bautizo con agua, pero Él bautizará con Espíritu. Es la clave del relato y marca la diferencia abismal entre Jesús y Juan. Las primeras comunidades tenían muy clara la originalidad de Jesús frente a los personajes del pasado. Toda la relación con Dios, hasta la fecha, era considerada como externa al ser humano y en relación desigual. Dios era el soberano y el ser humano el súbdito. Jesús manifiesta una relación con Dios distinta. Él está empapado del Espíritu y nos sumerge (bautiza) a todos en ese mismo Espíritu.
Marcos: Él bautizará con Espíritu Santo. En un mundo tan poco propicio al optimismo, encontrarnos con esta oferta, pude ser impactante. Pero tampoco tenemos que caer en el triunfalismo. Derrotismo y triunfalismo son estrategias extremas que utiliza el yo para fortalecerse. Hoy la necesidad de estar alerta es más apremiante que nunca, porque jamás se han ofrecido al ser humano más caminos falsos de salvación. Hay toda una gama de productos disponibles en el mercado, desde las drogas hasta los gurús a medida. Por eso necesitamos más que nunca de la figura del profeta.
El evangelio del domingo pasado nos hablaba de estar despierto. Hoy hablan los centinelas: los profetas. La principal característica del profeta es su inserción en el pueblo y su preocupación por la suerte de los más humildes. Su principal objetivo ha sido denunciar la injusticia y anunciar la Buena Noticia del Amor incondicional de Dios que tiene preferencia por los más pequeños y necesitados.