Hay un periodista que viaja habitualmente a un pueblo de África y disfruta enterándose de las pequeñas cosas que suceden en la vida de las gentes del poblado. En una de sus visitas descubrió un montón de televisores almacenados en una choza a las afueras del pueblo. Desconcertado, todos estaban aún sin estrenar, se fue a conversar con el jefe del pueblo.
¿Por qué la gente del pueblo no ve la televisión?, le preguntó. Y el jefe le contestó: “Nosotros tenemos nuestro propio contador de historias”. Eso está muy bien, pero la televisión puede contarles miles de historias, le dijo el periodista. “Es verdad, le dijo el jefe, pero nuestro contador de historias nos conoce a cada uno de nosotros”. Ésta es la clave: “nuestro contador de historias nos conoce”. Así puede contarles no la historia que desearían oír, sino la que necesitan cada día. Puede darles la mejor medicina para el sufrimiento y el mejor consejo para cada decisión que han de tomar.
¿Es la televisión nuestro único contador de historias? Para muchos, desgraciadamente, es el único. Para nosotros los que nos reunimos aquí los domingos, tenemos otro contador de historias, otro maestro, otro médico. Jesús es nuestro contador de historias. Nos conoce. Tiene autoridad. Nos ama. Está siempre disponible. Viene a nuestra iglesia y nos enseña. En la historia de hoy vemos a Jesús en la sinagoga enseñando con autoridad y actuando con poder.
Había mucha gente en la iglesia aquella mañana. Nadie sabía que uno de ellos albergaba un espíritu malo. Pero Jesús que los conocía a todos, sabía que uno de ellos necesitaba sanación. Reprendió al espíritu malo y le dijo: “Cállate. Sal de él”. Todos se quedaron boquiabiertos y se preguntaban: ¿Qué es esto? La gente reunida en la iglesia no entendían ni palabra y seguían preguntándose: “Qué es esto?
Cuando Jesús es nuestro contador de historias, Dios se hace presente y Dios trabaja con poder. Supongan que yo digo hoy: aquí y ahora, en medio de nosotros, hay una persona que alberga un espíritu malo, tiene el demonio en su corazón. No, no tengan miedo. Yo no puedo escanear sus corazones pero sí puedo hacerlo con el mío y sé lo que hay en él. Sólo Jesús conoce los espíritus oscuros que hay en sus corazones. Llámenlos: avaricia, odio, indiferencia, pereza, lujuria, crítica… Sí muchos oscuros espíritus viven dentro de nosotros. Jesús nos dice: Cállate. Sal fuera. Estoy aquí para sanarte, para liberarte. Tengo autoridad y poder y tú tendrás el mismo poder si vas entrando en una relación cada vez más profunda con mi Padre y tu Padre.
Invitación a profundizar en nuestra fe a través de la oración y la escucha de nuestro contador de historias: Jesucristo. Hay ciertas vocaciones que cada día tienen menos candidatos. La vocación de sacerdote, de religiosos… ellos son contador de la historia de Jesús. Para nosotros los cristianos, Jesús es el Maestro. Un Maestro que no sólo habla del Padre sino que habla como el Padre. Y habla con la autoridad de Dios porque está en comunión con El. ¿Te gusta sentarte en su escuela y escucharle?
El mal en la persona existe. Vivimos amenazados por el miedo. El crimen y los robos que hacen que nos atrincheremos detrás de puertas blindadas; el mundo de la droga que encadena a la gente; los embarazos adolescentes; la violencia doméstica, el terrorismo, el racismo… A pesar de los adelantos técnicos, la calidad de vida es deteriorada por los miedos. No podemos cerrar los ojos ni escapar de esta realidad. El mal existe bajo mil ropajes y disfraces. Y la realidad es que no conseguimos derrotar el mal o los llamados demonios.
Pero el tema del evangelio de hoy pone el acento en la autoridad de Jesús cuando enseña y vence el mal. El programa de los Alcohólicos Anónimos consta de 12 pasos. El primer artículo dice así: Nuestras vidas están fuera de nuestro control. Somos impotentes frente al alcohol. El segundo añade: Hay un poder superior que puede ayudarnos plenamente. Para nosotros religión de los 12 pasos, ese poder superior tiene un nombre: Jesucristo. Su mensaje declara: podemos ser liberados y podemos jugar un papel importante en la expulsión del mal de nuestro mundo y de nuestra vida.