¡Seguimos de Pascua!, después de pasada ya la semana de la Octava, nos encontramos con nuestra vida cotidiana. Con la realidad de la misma. Con nuestros problemas y necesidades… aparentemente todo sigue igual… como si nada hubiera cambiado, pero no, no pude seguir todo igual porque ¡Cristo ha Resucitado!
Del relato evangélico que se nos propone este Segundo Domingo de Pascua debemos destacar los dones de la Resurrección para la comunidad cristiana. Destaquemos algunos de esos dones y volvamos a descubrir cuál es la Buena Nueva para nosotros que nos llega de la misericordia de Dios en este tiempo: Primeramente, La capacidad de vencer el miedo ante cualquier fuerza contraria a la verdad. Aquel miedo que obliga a estar encerrados, atrincherados en un sólo lugar, ahora con la presencia del Resucitado cambia totalmente.
Su misericordia nos concede en segundo lugar la paz: Una paz, alimentada por la confianza que despierta la presencia de Jesús. No es la paz del mundo, sino la paz del Resucitado que invita a tener confianza en su presencia. En tercer lugar, esa paz nos lleva a la alegría de ver al Señor: que genera una paz profunda y auténtica. Es una alegría que reconoce que el Señor Resucitado ha cumplido su promesa, por eso es posible mantener el espíritu positivo.
En cuarto lugar, el espíritu positivo nos debe de lanzar al envío: con un mensaje bien concreto que es la Buena Noticia (Dios nos ama). Es el envío que constituye a aquella pequeña comunidad como una comunidad apostólica. Desde allí se debe comenzar la creación del mundo nuevo, y la vida nueva de cada uno de nosotros y de la Iglesia en general. En quinto lugar, debe aparecer después el Espíritu Santo: como fuerza para la reconciliación.
El mensaje del perdón que hace renacer y que también puede sanar cualquier miedo. Y por último la fe: como expresión de unión a la Palabra de Dios. La fe que es el mejor fruto, porque en ella se llega a reconocer que Jesús es “Señor mío y Dios mío”, es decir, se entra en una relación personal y profunda. Esta fe no se puede vivir sola, hay que vivirla en La comunidad: que sigue viviendo por la fe en la Resurrección. Es la comunidad cristiana la que ahora tiene la responsabilidad de dar testimonio de la presencia del Resucitado en el mundo, en todo tiempo. Todos estos dones brotan del corazón misericordioso de Jesús. El Señor Resucitado quiere animarnos a vivir para él y a dar testimonio en su nombre. Nos toca a nosotros aceptar los dones y comprometernos con su propuesta de vida.