Desgraciadamente vivimos en la sociedad del modernismo que nos impone ritmos acelerados de producción y consumo en donde muchos son como señala el Papa Francisco “descartados” por no llegar a las metas y objetivos. Una sociedad que está produciendo muchas crisis, violencia, falta de trabajo, de oportunidades para los jóvenes, traumas y problemas de salud mental.
Ante esta realidad que nos hace sufrir, Jesús hoy nos habla de lo pequeño, de esa semilla que va creciendo desde la oscuridad y que al fin dará su buen fruto. Recordemos que las parábolas de la vitalidad de la semilla y de la minúscula semilla de mostaza manifiestan el proceso dinámico y paradójico del Reino de Dios. En efecto, la comparación de Jesús con quien siembra el campo resalta su fuerza regeneradora, va creciendo progresivamente en el silencio sin que nadie lo perciba. Y lo más sorprendente es que crece, más allá de los éxitos y fracasos humanos, porque es Dios mismo el que la hace crecer. En cambio, con la parábola de la semilla de mostaza se plantea lo paradójico, es decir, aparentemente, algo tan pequeño como la semilla, posee la particularidad de hacer germinar algo y dar hermosos frutos.
Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va germinando y creciendo “ella sola”, sin intervención del agricultor y “sin que él sepa cómo”.
Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia y el rendimiento hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la vida que vamos recibiendo de Dios.
La sociedad actual nos empuja con tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento que no percibimos hasta qué punto nos empobrecemos cuando todo se reduce a trabajar y ser eficaces. De hecho, la “lógica” de la eficacia”, está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las personas, a un vaciamiento interior donde Dios desaparece poco a poco del horizonte de la persona.
La parábola de la semilla nos lleva a pensar que la vida no es solo trabajo y productividad, sino regalo de Dios que debemos acoger y disfrutar con corazón agradecido. Para ser humana, la persona necesita aprender a estar en la vida no solo desde una actitud productiva, sino también contemplativa.
Creo que hoy necesitamos aprender a vivir más atentos a todo lo que hay de regalo en la existencia; despertar en nuestro interior el agradecimiento y la alabanza; liberarnos de la pesada “lógica de la eficacia” y abrir en nuestra vida espacios para lo gratuito. Hemos de agradecer a tantas personas que alegran nuestra vida, y no pasar de largo por tantos paisajes hechos solo para ser contemplados. Éste es gran reto “saborear la vida”, dejarse querer, dejarnos sorprender por lo bueno de cada día, es decir dejarnos agraciar y bendecir por el mismo Dios.
Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atento no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita.
Por otra parte todos somos conscientes de que vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio, televisión, internet, redes sociales, wasas que nos descargan una avalancha de noticias, de odios, de violencia de guerras, etc. Frente a esta realidad, hay en el evangelio de este domingo una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. Recordemos que el Reino de Dios es algo muy humilde y modesto al igual que nuestras vidas de cada día.