sábado 20 septiembre 2025
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Domingo 25 del Tiempo Ordinario: “Abrirnos más y más a Dios y vivir desde Él”

Continuamos peregrinando por el mes de septiembre, en esa paulatina vuelta a la “santa” normalidad tras el verano que poco a poco va llegando a su final a pesar de los calurosos días que nos acompañan aún. Los más pequeños de la casa ya han comenzado el curso y vemos como nuestra ciudad va recuperando su ritmo habitual. De esta manera, continúa la celebración del tiempo ordinario cuando como Iglesia nos reunimos a celebrar el día del Señor, con nuevas enseñanzas de Jesús en el evangelio que se va a proclamar en la Eucaristía dominical.

En los tiempos de Jesús y hoy también, cantamos al dinero como rey del mundo. Eso mismo nos hace ver que tenemos razones para estremecernos y temer que el dinero nos manipule, o aún peor, que nos llegue a aniquilar, como por desgracia vemos cada día en la vida de muchos hermanos. Hablar del dinero, del “poderoso caballero” al que se refería Quevedo, es en demasiadas ocasiones ver como por obtener ese dinero vivimos bajo una verdadera dictadura, sometidos a esclavitud en nuestras vidas. Algo que es ciertamente chocante para nuestra fe.

Es cierto que Jesús, en este texto, no va a hablar del dinero en términos de economía. Jesús habla del dinero desde una escala de valores, en la que Dios es el valor supremo y absoluto, y el dinero un valor más, subordinado, al servicio de las necesidades de nuestra vida. Pero eso no es lo que nos encontramos en el vivir cotidiano de nuestra vida.
A todos a quienes le escuchan, Jesús les pide no endiosar al dinero, elevándolo al gran valor de su vida. A los cristianos en particular, no sólo nos lo recomienda, nos lo exige. Como discípulos de Jesús, en vez de lamentarnos del ambiente materialista que nos rodea, lo que tendremos que procurar es abrirnos más y más a Dios y vivir desde Él.

¿Por qué? Porque no existe un mundo sin dinero y está claro que a todos nosotros, en mayor o menor cantidad, nos toca administrar dinero, lo necesitamos hasta para los más pequeños intercambios. Pero una cosa es que sea necesario y otro que sea la última razón de nuestra existencia.

La verdadera tarea es proceder adecuadamente con ese dinero, que nos asegurará que somos capaces de administrar con justicia esos otros dones de la vida y de la fe, como pueden ser el amor, la solidaridad, la sabiduría… todo ello dirigido al necesario (y olvidado) bien común.

Y como también dice la parábola, con la astucia, otro elemento necesario para poner el dinero en su justo lugar. Además con otro encargo: el ser fiel en lo poco, en lo pequeño, en los pequeños encargos, pues esa es la garantía de que se nos confiará lo que de verdad importa, las cosas de Dios.

Se nos hace necesario mirar “de tejas para arriba”, para que ese elegir entre el servir a Dios o al dinero que se nos presenta, para que todo esto que nos dice Jesús hoy tenga un sentido. Pero además, debemos hacerlo todos juntos. Servir al dinero es vivir en la clave del egoísmo, del tener, de pensar solo en uno mismo. Servir a Dios es reconocer a todos los hombres y mujeres como hermanos, como hijos de Dios. Y apostar a que los valores que Él nos presenta son los que de verdad pueden llenar nuestras vidas.

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