sábado 4 octubre 2025
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Domingo XXVII: ¿Contemplo a las personas como Dios las contempla?

¡Señor, auméntanos la fe!, piden los discípulos. Si tuvierais fe, como un granito de mostaza, plantaríais esa morera en el mar, respondió Jesús. “Si tuvierais fe”, pero ¿qué es la fe? La fe, ciertamente, no es las creencias. Podemos creer en los titulares de nuestras cofradías –cosa buena– pero eso no es tener fe.

La fe a veces se confunde con el saber. “Se sabe el catecismo de memoria”, me decían de una persona –cosa buena– pero eso no significa tener fe. Otras veces se confunde con el sentimiento: “Yo creo mucho –se afirma– porque cuando veo el santo de mi devoción siento algo especial”. Y confunden la fe con el sentimiento, por eso, cuando el sentimiento desaparece dicen que han perdido la fe. La fe puede ir acompañada de sentimiento, pero no necesariamente. El creyente cree a pesar de los sentimientos.

Entonces, ¿en qué consiste la fe? Echemos manos de Benedicto XVI quien hablaba de las tres actitudes que posee la fe. La primera: encuentro con Dios; la segunda es una fe que se vive; y la tercera es una fe que sabe dar razón de su esperanza.

La primera actitud, el encuentro con Dios. Todo encuentro tiene un comienzo, por ejemplo: tú vienes a la iglesia cada domingo, y uno de ellos que no tienes prisa, al salir del templo saludas a alguien que conoces de vista. Os ponéis a hablar y salta el entendimiento. Cosa que volvéis a repetir en domingos sucesivos y ocurre que brota la confianza y deseáis que pase la semana para compartir vuestras vidas.

He ahí el inicio de la fe. La fe supone un encuentro personal con el Señor. Encuentro que pueden motivar los aconteceres de la vida: como un dolor, o el ejemplo de otra persona, o la oración, o la capacidad de entrar en lo profundo de nuestro yo, (para gran número de los que hacen el camino de Santiago la experiencia de caminar en silencio les renueva por dentro). O puede estar motivado por un deseo que suscita el Espíritu Santo. El gran poeta Paul Claudel tras una vida alejado de Dios, una Navidad, entró por curiosidad en la catedral de Paris al rezo de Vísperas, y al canto del Magníficat: “en un instante –dijo– mi corazón fue tocado y creí”.

Es cierto que la fe tiene un camino personal para cada uno. Pero un camino que siempre ha de llevarnos al encuentro personal con el Señor. A la certeza de saber que vivimos ante el Señor, y que él nos ama como sólo Él sabe.

Cuando esta verdad se hace nuestra, Jesús ya no es alguien que fue, sino que es ese Tú con el que yo me comunico y en el que confío y descanso, y se nos convierte en nuestro Pastor, Hermano y amigo que nos lleva al Padre, y la fe se vive, he ahí la segunda actitud de la fe.

Y cuando la fe se vive alcanzamos la tercera actitud: no nos avergonzamos de ella, sino que damos testimonio y razones de nuestra fe. Y entonces la fe se convierte en nuestra paga y alegría, hasta en los momentos más duros.

Estamos en octubre, mes del rosario, ojalá contemplemos, como María, el amor de Dios sobre la humanidad, para amarla como él la ama. A esto ha de llevarnos la fe: pues a todo el que tiene fe se le clarifica la mirada, se le ilumina la vida, se le calienta corazón y desea amar al mundo como Dios lo ama. Por tanto, preguntémonos: ¿Tengo fe? ¿Contemplo a las personas como Dios las contempla? Dios nos llama, se fía de nosotros y nos da fuerzas para amar, alegrémonos.

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