sábado 8 noviembre 2025
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Trigésimo segundo domingo de Tiempo Ordinario: Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Seguramente todos sabemos que estamos en el Año Jubilar de la Esperanza. Necesitamos recurrir a nuestros orígenes y raíces cristianas para comprender el significado de esta celebración en este domingo XXXII del tiempo ordinario. La Iglesia celebra hoy la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán.

Esta basílica fue construida por el emperador Constantino en el siglo IV sobre un antiguo palacio, y fue consagrada por el papa San Silvestre en el año 324 de nuestra era. Está dedicada a Jesús Salvador, y siendo la catedral del Papa, es la iglesia madre de todas las iglesias de Roma y del mundo. Por eso su memoria se celebra en todo el rito romano. Dios tiene un lugar en el mundo.

Pero más allá de una referencia geográfica y eclesial, nosotros estamos celebrando que Dios tiene un lugar donde puede ser encontrado. Las culturas antiguas construyeron templos donde ellos pensaban que Dios residía. De una manera un poco distinta, los israelitas también construyeron su templo donde era posible invocar el nombre de Dios.

Pero nosotros los cristianos tenemos un solo templo donde reside la divinidad, y ese es el cuerpo de Cristo. Entonces ¿son indiferentes para nosotros nuestros lugares de culto? Por supuesto que no, porque ellos, a modo de signo, representan a la comunidad conformada por Cristo, nuestra cabeza, y a nosotros mismos, su cuerpo. Por eso los cristianos a los lugares de culto le denominaron «iglesias», porque son como una especie de autorretrato de nuestra identidad más profunda.

Tenemos que cuidar y querer el lugar sagrado, el espacio litúrgico está llamado a evocar, con los múltiples recursos de que se dispone, la identidad de la Iglesia. «Este edificio –dice la plegaria que se usa para dedicar una iglesia– hace vislumbrar el misterio de la Iglesia».
Es bueno y hermoso tomar conciencia de que nuestras iglesias, capillas u oratorios son un signo sacramental, es decir, una señal que expresa la cercanía de Dios en medio de nosotros. Es una buena ocasión hoy día para rescatar el valor sacramental de nuestras capillas y aprender a quererlas y cuidarlas. La tradición cristiana siempre las ha querido embellecer con las mejores capacidades de los artistas.

Sin embargo, lo esencial es que tenga una «noble sencillez», es decir, que se vea ordenada, limpia, y que, al entrar, inmediatamente nos demos cuenta de que este lugar es tanto nuestro como del Señor. Y que no es tanto que ese lugar nos hable de Dios, sino más todavía, que sintamos que Dios mismo nos habla en ellas. Hermosa oportunidad para pensar cómo embellecer un lugar que es, además, memoria de la historia de la comunidad y profecía de aquello que la comunidad está llamada a ser.

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