Según cifras del Instituto Nacional de Política Familiar en España las separaciones y los divorcios van en elevado aumento, moderado actualmente por la crisis económica, hecho éste sin duda preocupante y trágico por el dolor que produce a las parejas, a los hijos y a las familias. Ante situaciones como éstas, uno se pregunta si podremos hablar aún de la pervivencia y permanencia de la familia o si, por el contrario, tenemos que asumir de lleno las uniones temporales inestables y poco sólidas.
Lo que es indudable es el valor de la familia. Son muchos los pensadores, los especialistas y las personas que abogan y reconocen el valor de la familia, así como sus propios recursos para su estabilidad y armonía. Ya decían en la antigüedad que el ser humano no nace solo ni se desarrolla en soledad, sino que más bien tiende a la relación y a la comunicación con sus semejantes. Más aún, que existe en el hombre una inclinación, una necesidad de unirse de un modo más íntimo a una persona o a un grupo con el que se identifica más plenamente. El amor, entendían los antiguos, era el elemento que inicia esa unión, a la vez que la hace crecer y consolidar y la vuelve duradera.
Pero podemos todavía esperar que el amor pueda dar consistencia y permanencia a la pareja y a la familia. En efecto, es la unidad por el amor lo que conduce a querer permanecer uno junto al otro a los esposos y a querer y procurar el bien y la felicidad del uno hacia el otro, a la vez que el bien y la felicidad de los hijos. Hay que reconocer que los lazos afectivos realmente tienen la capacidad de unir muchísimo más que los lazos de sangre. Por otra parte, no es baladí señalar que la unión amorosa de los esposos es además tan productiva o fructífera que viene a dar nueva vida a nuevos seres: los hijos. Ningún don es tan extremadamente hermoso y sorprendente como un hijo. Aún podemos seguirnos asombrando por ese tremendo y maravilloso don de la vida que es capaz de nacer de la unión de la pareja. El amor pues produce sus buenos frutos.
La pareja que constituye con verdadero y auténtico amor (hoy día hay que hablar en estos términos) una familia, crea un ámbito propicio para el sano crecimiento y desarrollo integral de los hijos. No obstante, es indispensable que la llama del amor que unió a los esposos y con el que formaron la familia, siga avivándose a cada paso, día a día y pase lo que pase, para que la familia viva y siga unida. Es necesario recordar que el amor se va haciendo y aprendiendo, que no llega de lleno ni permanece sin alimentarlo, y que debe estar siempre presente en la familia si ésta quiere realizarse y vivir sin ruptura ni amargura, una a una las etapas que la vida le va presentando.
Sólo amando, la familia respetará la individualidad y libertad de cada miembro, aceptará su forma de ser y fortalecerá su personalidad, propiciará y potenciará su necesidad y capacidad de relación, encuentro y comunicación dentro de la familia y con otras personas, le preparará para abrirse a la sociedad… No exenta de problemas, de vivencias dolorosas y hasta de crisis, la familia sabrá sobrellevar todo eso si se funda en el amor. Unidos por el amor, la familia será capaz de encontrar los recursos adecuados para enfrentar y resolver eficazmente los problemas que se le presenten.
Así pues, de su capacidad de amar depende la familia para su estabilidad y armonía. Por tanto, si la situación social actual, si las condiciones económicas, políticas y civiles perjudican seriamente a la familia de hoy, el mejor remedio sin lugar a dudas será el amor con el que se construya y solidifique la vida familiar. Si permanece unida en el amor, la familia podrá esquivar y combatir, no sin esfuerzo, las fuerzas contrarias que le vienen de fuera y que la dañan.