La discreción se va adueñando poco a poco de las esferas del poder, ya no hay que demostrar nada en el plano de las grandezas, la competencia política-electoral para hacerse de la mejor infraestructura, incluso sabiendo de antemano que no era viable en el tiempo, ha dejado sembrado por toda la geografía, obras de las que se podían haber prescindido y que han supuesto un elevado coste a las arcas públicas. Nos creímos ser ricos, pero no actuamos como ellos; los que tiene dinero saben manejarlo, ejercen un control de autoridad sobre él y no se dejan embaucar fácilmente. Los años de esplendidez se han evaporado como por arte de magia y ahora sólo nos queda quejarnos de que el tiempo pasado fue mejor.
Viene el momento de la reflexión y de trabajar las ideas para que repercutan positivamente a corto-medio plazo en la población. Y aunque muchas familias están en una situación precaria, y sufren unas consecuencias dramáticas que no han provocado, esta circunstancia nos debe enseñar para evitar que se repita en un futuro.
Se habla continuamente de cambio y no es palabra manida, es lo que toca. Pero también se hace necesario interiorizarlo dentro de cada persona, para ir recibiendo todo lo nuevo que está por llegar y no va a ser nada fácil, con el convencimiento que es lo mejor para todos. La austeridad es una gran maestra que enseña la mejor pedagogía y pone a prueba la imaginación.
Si nos paramos a pensar en las calles antequeranas y observamos el alumbrado navideño, es más que suficiente se trata de iluminar y no de sorprender. Convencida de que ha costado una pequeña parte si lo comparamos con otros tiempos, es posible reducir sin tener que hacer recortes en lo verdaderamente necesario. El cambio no es para volver atrás, es simple y sencillamente par aprender a gastar con cabeza.