Sólo la perspectiva de la edad puede enlazar hechos tan dispares como la misa festiva de unos niños y las alegrías por el triunfo en el Mundial de fútbol. El matiz que al joven espectador escapa es ¡que en ambos casos haya fiesta sin mediación política! Tan espontánea fue la alegría cuando ganó la roja, como en la misa de estos niños. Esto es libertad: ¡religión y patriotismo a salvo de intereses de partido!
Ya digo, vistos en perspectiva, estos niños que cantan (¡tan sueltos!) en la iglesia, contrastan con el recuerdo de aquéllos a los que se enseñó a estar «más callaos que en misa» ante los mayores, y a ser «mitad monje mitad soldado», como dignos hijos de una España («martillo de herejes y luz de Trento») que acababa de hacer una «Cruzada». «Con este signo vencerás» decía nuestro libro recordando el triunfo de Constantino como si fuera ayer ¡pues se trataba de meter en las mentes infantiles que la alianza de la Espada con la Cruz era la espina dorsal del Régimen!
Pocas bromas con la Historia (la Iglesia había perdido a miles de los suyos), ni con la memoria viva de tantos. Pero la frescura con que los jóvenes del Mundial negaron el uso patrimonial de la bandera, así como el candor de estos niños cantando que «la misa es una fiesta con Jesús», son un bálsamo para el mal recuerdo del integrismo nacionalcatólico que creyó poder construir la «Ciudad de Dios» («en que David soñó», añadía Pemán) y su meta política (la erección del Nuevo Estado) a la sombra de la cruz ¡un signo de bancarrota humana!
El error del programa integrista consistió –dice H.U.V. Balthasar– en «reintegrarse al punto de vista del Viejo Testamento y, a partir de aquel poder, pretender implantar el amor evangélico». Visto desde el poder, el católico aquél era «una persona de orden», pero si al catequista de hoy se le pregunta qué es lo cristiano en el cristianismo, ya no tendrá pelos ideológicos en la lengua para decir que sólo el Amor (manifestado en Cristo) es digno de fe.