He tenido la oportunidad de hacer una pequeña entrevista al señor Alcalde a través de los micrófonos de ATQ Radio cuando se cumple la mitad de su mandato. Me pareció muy afortunado por su parte admitir que aunque Antequera evoluciona a mejor, no está contento porque las cifras de paro local no son nada halagüeñas. Está sereno y contesta con bastante interés a las cuestiones que se le plantean. Pero se siente amarrado por la lentitud de la Junta para acometer proyectos de futuro que traerían progreso y trabajo a nuestra ciudad. Todo va lento, demasiado lento cuando la política se interpone, sobre todo cuando se trata de adversarios. Esto demuestra la pobreza de nuestra democracia. ¿Tan pocos políticos hay con altura de miras para entender que España es cosa de todos? Aferrarse al poder y empatizar sólo con los afines, acarrean unas connivencias que se acaban adulterando y salpicando a demasiados para poder quedar en el anonimato.
Depender de alguien para echar a andar y ofrecer algo más que humo a los electores, no debe ser fácil y tampoco ejecutar un programa distinto que cuando se parte como candidato. Poco se cumple de lo que se promete y esa tónica es igual en tiempos de bonanza o de crisis. Gobernar también implica mimar el puesto para que se eternice y sortear de un lado y otro los inconvenientes que pueden surgir. Estudiar el porcentaje de satisfechos e insatisfechos para que los números cuadren. Los que se refieren a votos, están presentes desde el mismo instante que se jura el cargo. El altruismo al servicio público comparte cama con la ambición personal y el amiguismo. Y en esa rara mezcla de intereses surgen personas honestas que lamentan no ser suficientemente buenas para sus vecinos. Pero se les olvida con demasiada frecuencia recordar por qué han llegado hasta ahí. Quizá el cargo conlleve algo de amnesia.