jueves 17 julio 2025
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Arbitrariedad

El término español  “arbitrio”  (en principio: facultad de decisión) tiende de hecho a oscilar más del lado de arbitrario que de árbitro. Pues si éste cumple y hace cumplir el reglamento, lo que define a aquel es que pueda hacer de su capa un sayo. Esto es tan cierto como que, en su segunda acepción, arbitrio es sinónimo de autoridad o poder. En ese sentido: “estar gobernado por…” equivaldría a “estar al arbitrio de…”
Los antiguos chinos tenían esta perversión de la cosa pública tan metida en la cabeza, que su creencia en la divinidad del emperador sólo quedaba reforzada si éste, de vez en cuando, ordenaba un disparate. Su voluntad divina, por encima de todo criterio racional, moldeaba la docilidad del pueblo.
Parecida ambigüedad hay en el término “discreción”. Obrar a discreción lo mismo puede significar hacerlo con buen criterio, que al antojo y capricho. Y esto último es lo que percibe la jueza Alaya en la conducta de los imputados: la grosera discrecionalidad en la asignación de los fondos públicos. Mandar como un mandarín requiere al parecer la más perfecta arbitrariedad y el desprecio a los interventores. Si no, no tiene ninguna gracia.
Estos pensamientos tan simpáticos, convenientemente matizados, subían a la cabeza del que suscribe cuando la otra noche acudió puntual a oír el pregón de las fiestas de su pueblo y, autoridades y pregonero tardaron tres cuartos de hora largos en dejarse ver. La pachorra con que se presentaron sólo era comparable a la calma con que eran esperados.
¿Tendremos algún día políticos que tengan en mayor respeto el dinero de todos que el suyo propio? Pues no bastará: habremos dado un paso más como ciudadanos el día en que prefieran esperar a hacerse esperar.
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