Hoy día, si en cualquier casa cortan el agua unas horas, por obras o averías, parece que no podemos vivir. Y menos si no hemos tenido la precaución de tener un depósito en la casa para abastecernos en las mayores urgencias…
Quizá nuestro agobio venga de no tener memoria o no haber conocido la situación de la que es testigo la fotografía que ilustra esta página: en la Plazuela del Espíritu Santo, en la fuente que aún hoy se mantiene aunque no con su finalidad original, un grupo de muchachas acercan sus cántaros para llenarlos del agua que venía directamente del Nacimiento de la Villa, llevarlos a casa a otras vasijas o lebrillos mayores, a los fregaderos de la cocina y a los cubos, para luego volver las veces que hiciera falta para garantizar disponer de agua en cada la casa.
Era uno de los tipos de fuentes que estaban situadas en sitios estratégicos de la ciudad, como la que había junto a las “casas baratas” hoy ocupadas por el edificio que levantó la Caja de Antequera, y ya fuentes propiamente dichas, como las artísticas, en su sencillez, de la Plaza de Santiago y de la Plaza de San Bartolomé, cuyo agua se cogía mediante cañas huecas, o las más pequeñas, de hierro fundido al fondo de la Cuesta Real, en “El Henchidero”; en lo alto de la Cuesta de Caldereros, cerca del Portichuelo; en la Cruz Blanca, pegada a la pared de la iglesia de la Trinidad, y muchos años antes, en el “chaflán” de la iglesia de Madre Dios.
Al fondo de la foto, viejas casas, pero resplandecientes de cal, con muros de adobe y los tejados, hundidas las tejas centrales, por las vigas dobladas o por el peso de los años. En una de ellas, un ventanuco pequeño que diera ventilación a la estancia y a su izquierda restos como de tierra compacta, que señalaba el final de la hilera de casas, mucho menor que las de hoy, o la esquina de la otra casa, que daba a la calle del Sol.
Debe ser la foto del otoño a juzgar por las rebecas de las jóvenes, sorprendidas por el fotógrafo que inmortaliza el momento. Los cántaros –aquellos enormes cántaros de barro que se hacían en la calle Chimeneas, cerca de Capuchinos o en “La Glorieta”– con sus bocas metidas en las de los tubos de hierro, cobre o bronce que salen del bloque que, a la manera de un pilón, surge en el centro de la fuente. Se nota que no hay más que una salida de agua, por la “cola” que guardan las mujeres, que tenían, ésta de llevar el agua a la casa, como una de sus primeras tareas del día.
Entre las muchachas y las casas, hombres “pasando el tiempo”, tocados con gorras y al fondo un sombrero parecido a los cordobeses, charlando de sus cosas y a la derecha de la foto, un guardia civil a caballo, después de haber bebido su montura, dispuesto a seguir su ronda de guardia o próximo a salir al cercano campo.
El suelo, terrizo con algunas piedras sueltas, mientras la acera que da a las casas forma el “acerado” de aquellos tiempos, un empedrado de guijarros… Viejas estampas que rescatamos para recordar aquellos tiempos pasados.