domingo 24 noviembre 2024
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En el Parque Atalaya Gandía

Sucedióle a un incipiente muchachuelo, en un atardecer en que hasta el Parque se acercó para jugar, acompañado de sus abuelos. 
En aquella tarde estos abuelos habían sufrido viendo al pequeño que, en teniéndole que llevar a cortar su pelo, al amparo de un afable, expresivo y mañoso peluquero habían recurrido con el propósito de evitarle al confiado pequeño, disgusto alguno. De todos es conocido los desagrados y miedos que acompañan a estos personajes, en recibiendo en su tierna y delicada piel, los molestos e incómodos pinchacillos de los restos de pelo procedentes del corte del mismo.
 
Superado el trauma, no sin alguna que otra intentona de llantina más a modo de protesta que de llorera. Contentos los abuelos, satisfecho el peluquero, el esfuerzo, cariño y dedicación profesional derrochados es de agradecer, éste gentilmente ofrecióle al pequeño un caramelo inventado curiosamente allá por los años en que habían nacido los abuelos y que consistía básicamente en la unión de un caramelo con un palo, inventiva ésta que posibilitaba el poder ser saboreado por los pequeños consumidores, sin necesidad de ensuciarse los dedos en el transcurso de la degustación del mismo, pudiéndolo tener a la vez en la boca, sacarlo, verlo, y extender así su dulce consumición por un más largo tiempo.
 
Con pelo cortado, contento y aseado, sus abuelos para incrementar el premio, al Parque Atalaya Gandía, deciden llevar al pequeño. Tenían ciertas dudas,  unas semanas antes habían intentado acceder al Parque y… mi gozo en un pozo. El Parque por orden del Excelentísimo Ayuntamiento había sido cerrado. El gentil y amable texto finalizado con la frase de “Disculpen las molestias”, difícilmente pudo ser explicado por los perseverantes abuelos y menos entendido aún por el jovencito usuario del parque. ¡Pero hubo suerte! ¡Abierto y disponible estaba el Parque!
 
Ya adentro del Parque, olvidado el trauma del corte de pelo, enmascarados y mitigados los incómodos pinchacillos del pelo cortado, debido a la ferviente entrega del muchacho a la degustación, nunca mejor dicho a dos carrillos, gracias al palito y forma del caramelo, disfrute y saboreado del mismo. Los abuelos compartiendo la alegría del momento, deciden poner algo más en juego, para ello han cargado con la correspondiente bolsa de juguetes…. Pero…
Y aquí, que una pelotita sale rodando, escapa del control de la abuela y el exultante pequeño, en viendo venir alguna forma más de diversión corre tras ella. Abuelos ni nieto no se han percatado de la presencia de uno de los muchos…. perritos, que, suelto y libre de la molesta y mutiladora cuerda con que sus dueños les obligan a pasear, a veces, dentro del Parque campean a su libre albedrío, sin que autoridades ni agentes hagan nada por evitarlo, les decía que el inocente animal, con más ganas de juego que el propio chiquillo, ladra y corre veloz adelantándose al pequeño, robándole en sus manos pequeñas y deseosas el esférico juguete de un veloz e inofensivo mordisco. 
 
Pero el crío, al cual le dan mucho más miedo los canes que el mero hecho de asistir al peluquero, asustado, grita. Y de la misma forma que sucedióle al cuervo ante las invitaciones de la zorra, para oír su melodioso cantar. El chupa chups, preciado caramelo, al suelo ha ido a parar y el canino sin hacerse esperar deja raudo y veloz el juguete y al caramelo decide atacar ante los abiertos y sorprendidos ojos del chiquillo, que ven con no poca amargura el trasvasado de su manjar. 
 
Y ahora sí, los simulacros de llantina se han tornado en una sonora, incontenible y descorazonadora llorera capaz de hacer temblar los cimientos más firmes de sus abuelos, pero insuficiente para que el perro le devuelva su caramelo.
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