El final de la vida de Cristo fue una historia por entregas. Y en los Misterios que la Iglesia recuerda el Jueves y el Viernes Santos vemos todos sus «actos»: Jesús se entrega en la Última Cena, pero su sacrificio se culminará en el árbol de la Cruz. Y todo por amor: por amor lava los pies a sus discípulos; por amor les entrega su Cuerpo y su Sangre; por amor ora ante la hora definitiva; por amor se deja capturar y juzgar; por amor se aferra a su cruz camino del Calvario. Por amor, termina por ofrecer su vida en la cruz. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13).
Esa frase, tomada de uno de los discursos de despedida de Jesús tras su Última Cena, nos da la clave de todo lo que quiere celebrar la Iglesia en la primera parte del Triduo Pascual, la tarde-noche del Jueves santo y durante todo el Viernes Santo, el día donde recordamos la muerte del Señor.Porque el amor del que hablamos no es una bella palabra o un hermoso sentimiento que, de repente, aparece en nuestro corazón.
Es el verdadero don que Dios da a quien quiera recibirlo en su vida. Aunque, como le gusta decir insistentemente al Papa Francisco, es una realidad viva, porque es un amor que le gusta «ensuciarse» las manos con el «barro» de la Humanidad, con el sufrimiento de la vida de los hermanos. Es un amor que pide ser celebrado. Por eso en vísperas de la Pascua, Jesús les dice a sus discípulos que preparen el lugar para celebrar juntos la cena pascual, para como Israel había hecho desde que salió de Egipto, recordar la bondad amorosa del Señor, que los había rescatado del poder su esclavitud, les había quitado el yugo del Faraón.
Es un amor que llama al servicio, pues al terminar esa cena, se echa a los pies de los suyos para lavárselos. Lo que solo hacían los esclavos cuando llegaban los señores de la calle, ahora lo hace el Maestro, aquel a quien habían seguido con fe. De esa manera les da la penúltima lección: me veis, pues hacedlo vosotros también, hacedlo unos a otros, como yo lo he hecho.Un amor que quiere entrar hasta el fondo de nuestra vida. El Señor podía haber elegido muchas maneras de quedarse en medio de los suyos. Pero cuando quiso hacerlo, tomó dos alimentos que no faltaban en la mesa de ningún. Sí, con un poco de pan y un poco de vino nos dio su Cuerpo y su Sangre, verdadero alimento de vida eterna para nosotros.Un amor que sabe que con su esfuerzo no puede llegar hasta los confines del mundo, a la vida de todos sus hermanos.
Por ello encarga a sus discípulos que hagan lo mismo que Él, que repartan su Cuerpo y su Sangre a todos, hasta que llegue a todos los rincones del mundo. Hagámoslo cada día hasta que, por fin, esta acción de gracias la podamos celebrar juntos en el cielo.Un amor que anuncia las traiciones de los suyos, pero que se abre a la esperanza del tercer día: Pedro, cuando pase todo, cuando recompongas tu corazón del dolor, confirma en la fe a tus hermanos (Lc 22, 31-32) y sigue adelante con mi encargo.Un amor que hace brotar lágrimas en sus ojos ante la angustia del momento, que le hace sudar sangre cuando le pide a Padre que pase de Él ese cáliz de amargura. Y un amor que, a pesar de eso, de nuevo le dice sí a Dios, para seguir haciendo su voluntad.
Un amor que se entrega por nosotros con un beso. Ese bello signo de amor es transformado en la traición de uno de los suyos. Como Él no se escondía, todos sabían que el huerto de Getsemaní era uno de sus lugares favoritos para ir a rezar. Y aquella noche lo necesitaba especialmente. Pues allí, tras el consuelo de su Padre es donde es arrestado como un malhechor en mitad de la noche.Un amor traicionado por Judas y por su amado Pedro.
El tesorero del grupo solo ve a corto plazo, y por unas pocas monedas entrega al Maestro a quienes quieren quitarlo de en medio. Y el valiente pescador de Galilea que por miedo a unas criadas, dice que no es galileo, que no conoce al Nazareno, por miedo a correr su misma suerte.Un amor que va con la verdad por delante, aunque sea en el juicio del Sanedrín o las preguntas de aquel Gobernador romano que no termina de ver su culpabilidad, aunque finalmente se lave las manos y lo condene, ante la insistencia de los jefes judíos.
Un amor que sufre en su espalda los latigazos, que es el hazmerreír de aquellos soldados romanos para los que es un «juguete roto», alguien en quien poder descargar todas sus tensiones y miedos, de quien poder reírse con aquel castigo cruel.Un amor que es presentado como el verdadero hombre: Ecce Homo, He aquí el hombre (Jn 19,5). Pero más que como un triunfador es el Varón de Dolores del que hablaba el profeta Isaías. Son muchas horas de detención y tortura, y aquel hermoso nazareno se ve golpeado y desfigurado, cuando Pilato lo presenta al pueblo en un último intento de soltarlo.Un amor que pese a todo lo que había hecho por hacer presente el Reino de su Padre, a pesar de sus milagros o de haber multiplicado el pan varias veces, es condenado por el mismo pueblo que lo había acompañado con sus cantos y sus vítores en su entrada en la Ciudad Santa. Qué injusta y manipulable es la masa. Hoy te eleva como un ídolo y mañana te condena a muerte del modo más cruel.
Un amor que cae bajo el peso de la cruz camino del Calvario. Pesa mucho ese madero. Son muchos pecados los que se ponen sobre su hombro. Por un hombre entró el pecado y la muerte en el mundo, por un hombre va a entrar la salvación (1 Cor 5,12). Sí, por ese que lleva sobre sí la cruz de la Redención. Un amor al que con la ropa le arrancan su dignidad, dejando su humanidad al descubierto. De lo poco que le quedaba también es despojado con crueldad. Su suplicio era inminente, pero no le ahorraron ningún sufrimiento. Dios se había hecho hombre, pero tenía que bajar hasta los últimos escalones del dolor y el sufrimiento.
Es la única manera de que la salvación llegue de verdad a toda la Humanidad, especialmente a los últimos, a los descartados.Un amor clavado al madero y exaltado sobre toda Jerusalén desde la cumbre del Calvario. Desde el trono de la cruz reina Jesucristo con su corona de espinas y con su perdón. Muere perdonando a sus asesinos y al buen ladrón, que en medio de la tragedia reconoce al Mesías: hoy estarás conmigo en el Paraíso es su promesa (Lc 23, 43).Un amor que nos regala a su Madre, que en Juan, el discípulo amado, va a recibir el ser madre de toda la Iglesia. Ante la hora definitiva busca amparo para su Madre querida. Y en el colmo de la generosidad, la comparte con todos nosotros, con sus hermanos. María, Madre de la Iglesia ruega por nosotros, cuida a todos los «Cristos» que hoy viven su pasión.
Un amor que entrega su espíritu al Padre. Es el final de su vida. Y ahí hace el último acto de confianza en Dios, su entrega total a Dios: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. No se lo quitan. Es Él quien entrega su vida.Un amor que encarna el silencio de Dios, que reposa en el sepulcro esperando, contra toda esperanza humana, el primer día de la semana. Como dice el credo tenía que descender a los infiernos, donde muchos justos soñaban la llegada de ese día para disfrutar de la vida plena en Dios.En una palabra, un Amor que tiene nombre, un Amor que vino de Dios, y a la vez, es un hombre, nuestro hermano Jesucristo, nuestro Salvador. Acompañémosle en su entrega y su pasión, para que la alegría de la resurrección inunde y transforme nuestra vida. ¡Buena Pascua hermanos!
Horarios Santos Oficios
Jueves Santo
17: San Pedro, La Trinidad, Encarnación.
18: Capuchinos, San Sebastián, El Salvador, Catalinas, San Juan, Descalzas, Victoria.
20: Hora Santa en Capuchinos, hora santa San Sebastián.
23: Hora Santa en Santiago.
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Viernes Santo
11: Vía Crucis, Los Remedios.
13: San Sebastián.
16: San Miguel.
17: La Trinidad, Capuchinos, Descalzas, Catalinas, Encarnación, Victoria, El Salvador.
18: San Pedro.