El mundo de la escritura atraviesa de principio a fin de forma vertical y horizontal la mente y alma de cualquier autor. A veces se manifiesta de forma palpable, otras se oculta de forma irremediable. En el caso de Juanjo Álvarez Carro, que está presente desde siempre.
No se es un escritor del día a la mañana, sino que se va cociendo como los guisos en vasijas de barro sobre el fuego del carbón. El tiempo, va uniendo recuerdos, historias y vivencias creando el universo que en un momento dado, surgen y nacen. Para él, esas secuencias se han ido conjugando y han dado lugar a cinco libros, que ahora se convierten en seis gracias a su nuevo hermano: “Cándido, a mi pesar”.
Hablamos con él sobre esta nueva novela que define como “una fábula como las que nos contaban de pequeños, en las que hay animales de muchos plumajes y muchos pelajes, pero todos muy humanos. Así que es una fábula casi para adultos, más que más que para niños” y por una razón clara “es bueno que saquemos algunas conclusiones, porque vivimos en un mundo un poquito convulso últimamente, por muchas razones”.
Lleva un nombre muy particular la obra y nos explica quién es Cándido: “Es una persona real, existe de verdad. Es un hombre que, bueno, en el pueblo de Galicia, al que yo llegué en el año 74, es un señor con un cierto retraso, tiene un síndrome de Angelman. Es un señor que se dedicaba al jornal, la gente le quería mucho y él vivía simplemente de la jornal que el pueblo le contrataba, dándole a uno con las patatas, a otros con el vino y a otros así transitaba durante todo su año. Y era un hombre que para mí nunca dejó de tener un cierto rasgo poético, es decir, porque todo el mundo le quería a Cándido, todo el mundo trataba de protegerle”.
Nos narra cómo ha sido volver a aquella época y a Galicia: “Yo llegaba de Argentina, mi padre había emigrado a Argentina, volvimos y claro, mi padre venía con una maleta grande, venía con una esposa y cuatro hijos. Y a su vez, pues imagínate mi madre también heredera de generaciones que se habían ido de Siria, del Líbano, también a Argentina. Y en cuanto encontró la ocasión volvimos, claro. Al principio era una visita y, según dijo él, y luego vi yo, era una visita al medioevo, era como volver a la Edad Media. Fue un aterrizaje complicado, aunque mi padre intentó que se pareciera más a un aterrizaje forzoso que a un accidente. Pero cuando uno tiene 10, 12, 13 años, pues ese tipo de trasiegos ocasionan una huella”.
Una huella que dejó en cada miembro de su familia: “A cada uno le afectó de forma distinta. Lo que sí yo te puedo decir es que, cuando eres adolescente es un traspiés, pero luego decían, por ejemplo, Graham Green o John Le Carré que si resulta que la infancia es el la única cuenta corriente que tienen los creativos y los escritores, pues yo soy rico en ese sentido, es verdad, yo soy rico. Si lo acabas convirtiendo en tu arquitectura emocional o acabas construyendo tu arquitectura emocional en base a eso, pues se convierte en un capital que luego tienes que explotar, y yo creo que lo exploté”.
En esta ocasión ha sido un giro en el desarrollo de la historia con respecto a sus anteriores novelas: “Debo decirte que me costó porque. Desde que escribí ésta, escribí dos novelas más, o sea que estuvo durmiendo en un cajón, en el ordenador. Escribes cosas y te ayudan a ti mismo a reflexionar en voz alta y reflexionas en voz alta y cosas que a lo mejor antes las tenías ahí escondidas y de repente las obligas a salir y las obligas a digerirlas también. No estoy seguro de lo que he hecho, pero me vino bien hacerlo”. Es un viaje a “esa Galicia en la que el vecindario vivía de una economía de subsistencia, cada familia cultivaba sus patatas, cultivaba sus uvas, su vino, el heno para las vacas. Las vacas se ordeñaban todas las mañanas con las que se hacía queso, se hacían bizcochos y nata. Es decir, era una economía familiar y de subsistencia. Aquí hay mucho de la Transición, no de la transición española, la transición política. Yo recuerdo que los programas políticos en aquel entonces hablaban de cosas como el abastecimiento de aguas, hablaban cosas como del alcantarillado. Y hoy está eso aseguradísimo y sin embargo, nos peleamos más de lo que nos peleábamos entonces. Entonces es eso también quería que brotara en la novela, Cándido es un señor que no tiene una cabeza perfectamente ordenada, pero que, sin embargo, su persona y la forma de relacionarse con los demás hacen que debamos reflexionar sobre si estamos haciendo las cosas bien ahora o no las estamos haciendo muy bien”.
Esencial esa relación entre las personas y cómo lo refleja en la historia: “Somos personas que nos necesitamos unos a otros y yo creo que lo que yo quiero contar en esta novela es que efectivamente, como te decía antes, siendo una fábula en la que hay personajes aparentemente muy distantes, al final todos con nombres de persona, con problemas de persona, con pasados de persona, con perfiles de persona y al final todo se junta y acabamos entendiendo que o nos asociamos, o nos protegemos, o nos ayudamos, o vamos a la quiebra y a veces se nos olvida”. Y todo es real: “Son todas personas que yo he conocido, sucesos que son reales, acontecimientos que son reales situaciones que son reales”.
Con esa realidad y conversación que nos deriva en vivir la realidad y con calma, emplazamos al autor a otra novela, que nos lleve a cualquier punto cardinal del mundo. ¡No se la pierdan!





