domingo 24 noviembre 2024
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Sobre los orígenes celtas de la festividad de Todos los Santos y Halloween

Para conocer mejor los orígenes de la Festividad de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, así como ha ido derivando en el cada vez más popular Halloween, contactamos con el catedrático de Literatura Juan Benítez, quien ha realizado diferentes estudios sobre esta materia.

“La mayoría de los cristianos se podrían molestar, pero el Cristianismo tiene solo veintiún siglos, y la Humanidad tiene muchos más de existencia”, puntualiza antes de profundizar que “lo que ha habido es una inculturación de la fe, algo que a la Iglesia le ha costado mucho reconocer”. Esto viene a significar que “desde su fundación se han ido adaptando cada uno de los sedimentos espirituales que había para implantar sus creencias religiosas”.

“Lo que ocurre en estas fechas es, ni más ni menos, lo mismo que ocurrió con la Navidad o la Semana Santa, ya que la Iglesia no tiene ninguna festividad propia”, indica para añadir que “todas son sedimentos paganos en los que ella ha inculturado la fe”.

A modo de ejemplo, Benítez relata que “hasta el siglo IV no se celebró la Natividad, y se comenzó a hacer porque los cristianos asistían a las fiestas paganas que se hacían en Oriente, concretamente en Egipto, donde se celebraba el nacimiento del rey Sol o de la Luz; y la Iglesia lo que hizo fue crear la fiesta del nacimiento del que creó la luz”.  Como esos fieles seguían acudiendo el 6 de enero a la festividad pagana, “¿qué hicieron? pues inculturó la fe de nuevo y se inventó la festividad de la Epifanía”.

Estos antecedentes nos presentan estos días que se acercan “no como una fiesta religiosa, sino pagana, de origen fundamentalmente celta”. Como todo este tipo de celebraciones que se remontan desde la Prehistoria, “están relacionadas totalmente con el sol, con los solsticios y los equinoccios, ya que la luz era fundamentalmente para ellos. Si había poca luz se encendía fuego para animar al sol, y si había mucho también se hacía fuego para darle las gracias”.

Este elemento está estrechamente ligado “a la purificación y a la adivinación del futuro”; además de “con la vida, sobre todo de los pastores de Europa”, y que marcan con dos fechas fundamentales el principio de mayo y el final de septiembre, “que es cuando ocurre el fenómeno de la trashumancia”. En este tiempo, “probablemente muchos pastores muriesen, y muchos de sus familiares también. Ese momento del reencuentro suponía tener conocimiento de esas defunciones”.

A esto habría que unir que “los celtas creían que las almas de esos difuntos vagaban  por el cielo y esperaban a que alguien los acogiese”; reforzando “ese concepto de la relación entre la vida y la muerte que siempre ha estado muy ligada, pero a la vez muy respetada con parcelas muy destacadas”. Trasladado a nuestra ciudad, “en los Dólmenes comprobamos cómo hay un día en el que el sol entra en ellos, pero sin embargo no penetra en la cámara mortuoria. Ahí se ve el respeto que tenían al construirlos, ya que a un lado está la muerte y al otro está la vida”. 

“¿Qué es lo que ha pasado? Los celtas celebraban el año nuevo el 31 de octubre, con lo que ellos llamaban el día de todo lo sagrado; y al día siguiente se veneraba a los difuntos. Estas fechas coinciden hoy con Todos los Santos y los Fieles Difuntos”, sintetiza.

Ahí localiza también el origen de las velas en los cementerios, “ya que solían colocar la cera en unas cajitas, y luego se adoptó por la tradición cristiana como una ofrenda al fuego perpetuo”.  

 

 

La Ureña, el ‘truco o trato’ de los niños de antaño

Además de este fundamento religioso, “estas fechas marcan todo, como la gastronomía. Después de cuatro meses fuera, en el que los pastores comían alimentos ajenos a los que habituaban en sus casas con sus familias, el reencuentro lógicamente suponía un cambio de costumbres”, relata Juan Benítez.

Aunque “ya no tenemos gastronomía estacional, existía una gastronomía propia de esta época”. Pero con ello no se refiere a los hoy populares buñuelos o huesos de santo, “que es posterior y comercial, y no está para nada relacionado con esos orígenes a los que nos estamos refiriendo”.

Tradicionalmente, los alimentos propios de esta época deberían ser “las castañas, los membrillos, los caquis o las nueces”. En épocas anteriores “sí que se hacían comidas que, de alguna manera, aprovechaban estos elementos que teníamos; pero los huesos de santo nunca han sido una cosa de aquí: podría serlo el arroz con castañas, el potaje de castañas, las castañas o las bellotas asadas…”.

Del mismo modo que las firmas comerciales han asentado esos dulces que hoy consideramos típicos de estas fechas, “nos han metido Halloween”, que no es sino una demostración de que “esas fiestas paganas de los celtas se han ido transformando en distintas vías”.

“Siempre he sido partidario de sumar o de multiplicar, pero nunca de restar. Si yo celebro una fiesta y tú me aportas algo nuevo lo añado, pero no me traigas una fiesta para anular la mía, que por desgracia es lo que ha ocurrido”, manifiesta el catedrático, que se reconoce “contrario a Halloween”.

La moda anglosajona de disfrazarse en esta fecha proviene de la necesidad de “combatir los malos espíritus pareciéndose a ellos”, realizando una práctica, las del ‘truco o trato’, que no está tan alejada de nuestras propias costumbres: “La gente se cree que eso es algo nuevo, que nunca ha existido aquí, pero es mentira”.

 En este punto recuperamos del olvido la figura de la Ureña, “una tradición que tengo recogida y que era muy popular en toda esta zona, al igual que en Casabermeja, Mollina o en mi pueblo de Cuevas de San Marcos”. Consistía en que “los niños antes, yo lo he hecho, cogíamos una espuerta grande y pasábamos por las calles. Uno tocaba la campanilla para llamar la atención y los demás íbamos cantando: Ureña, Ureña, vamos por la leña. Preguntábamos si nos daban leña, y si nos decían que no se le lanzaba la maldición: En esta mala casa, al infierno vayan, las ventanas son de alambre y las puertas de cartón”. Mucho más agradable era la dedicatoria para quien aceptaba el ‘truco o trato’: “En esta buena casa, a la gloria vayan, las ventanas son de hierro y las puertas de madera”.

Otra de las tradiciones que hoy añora Juan Benítez es que “durante la noche del 1 de noviembre las campanas de todas las iglesias doblaban por los difuntos”, y que también estaba muy relacionada con esa Ureña, ya que se pedían víveres para quienes se dedicaban a repicar en cada espadaña o campanario. “¿Quien no iba a dar una granada o unas nueces para que tocaran por sus difuntos y no le echaran una maldición?”, sentencia.

 

 
 
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