Lo que pasa hoy en Cataluña, tiene una fácil explicación: desde hace tres decenios, se apoya al catalán contra el castellano, se maneja la Historia al antojo de los separatistas, y esta política, hábilmente manejada y formando incluso a los profesores sin que éstos se den cuenta de la gravedad del sectarismo impuesto a base de o «catalán independentista» o te quedas en casa, ha ido horadando poco a poco la conciencia de niños y jóvenes catalanes, hasta hacerles creer esa falacia de que España roba a Cataluña –que es tanto como si España se robara a sí misma–, de que la Fiesta de los Toros es una barbarie, de que Cataluña existía «per se», olvidando que formaba parte del Reino de Aragón que junto a los de Castilla, León y otros, fueron unificados por los Reyes Católicos cuando en 1492, incorporaron el Reino de Granada a España. Claro que nos han dicho que los niños y jóvenes catalanes no estudian ni los Reyes Católicos, ni todo lo anterior a la fecha que a los culpables les interesa.
También se olvida a los profesores, y a quienes les manejan imponiendo los programas educativos, que Cataluña precisó del apoyo del Estado y de la mano de obra barata procedente de toda España para su industrialización, que junto al espíritu emprendedor innegable de los catalanes, dio como resultado una industrialización literalmente ejemplar, que se traducía en la proliferación de industrias, en la creación de riqueza y en la situación de Cataluña como una de las primeras REGIONES de España. Nos preguntamos si todo eso se hubiera hecho con Andalucía, si se la hubiera dotado antes de las infraestructuras que allí se crearon, si se le hubieran concedido las ayudas y subvenciones otorgadas a los catalanes, si no seríamos los andaluces los que encabezáramos el ranking y atraído nosotros esa mano de obra; si no hubiéramos acogido a tanto tipo de fábricas extranjeras –medicinas, televisores, automóviles, equipos de sonido…– que se instalaron donde gozaban de ayudas, de infraestructuras de comunicación, junto a todo lo expresado antes.
Hoy, son muchos quienes caen en la trampa de ese equipo de independentistas –con contradicciones como la de que algunos de ellos ni son catalanes–, que están a la que salta y cuando notan la debilidad de la situación que atravesamos, en lugar de ir todos a una, buscan sus propósitos. Y no lo decimos nosotros, lo dicen muchos empresarios, como el otro día en su reunión con el Rey, que comprenden que son mucho, pero fuera de España sería mucho menos.
Es lógico que quienes defienden la sagrada unidad de España, título básico de la Constitución, empiecen a mover ficha, ya imponiendo el empleo del castellano, contra la exclusividad del catalán, ya vigilando que haya una serie de materias básicas para los estudios de nuestros niños y jóvenes. Pues ahora los afectados salen diciendo que estas medidas son cosas «de los tiempos de Franco», a quien nadie osó plantear algo así, dicen otros. Sobre gustos…