Todavía te estremeces al recordar el día de tu elección, ese instante impenetrable en el que levantaste la mirada para encontrarte con aquel niño escuálido de figura devorada por el hambre y la suciedad. Los ojos del aquel rostro permanecían anclados a la pierna del que, a todas luces, parecía su padre. Fueron unos segundos, pero en tu biografía aparece con vocación de posteridad. El número grabado en el brazo izquierdo del chiquillo, el 56849, te ha permitido abandonar la condición de candidato para ser uno de los miembros de Capital, elegido así para dictar las reglas de la Recolección. Tienes algunas ideas que intentarás introducir en el proceso de selección de candidatos. Lo importante no es reducir la población mundial a la mitad, sino ser cuidadoso con los futuros elegidos. Debes rodearte de mediocres, pusilánimes a los que engañar con falsas acciones, con palabras a medio camino.
Hoy es tu presentación. A la ceremonia acudirán cinco de los ocho elegidos. Los ausentes, Japón y Sudáfrica, se enfrentan a profundas enfermedades de las que, esperas, no salgan. El representante japonés es demasiado perseverante e inteligente para ti; tu currículo no puede competir con el del representante nipón, cómo traducir tu paso por la Moncloa ante alguien que domina parte de la población asiática y ha desarrollado un virus que se replica mucho más rápido y con letalidad asombrosa.
Ajustas la pajarita. Escuchas algunas sirenas. Con suerte, el ejército se empleará duro y tú podrás añadir un nuevo parte de bajas al dossier de estadísticas que llevas contigo. Con suerte, también esperas que, en un año, el segmento poblacional de tu territorio se vea considerablemente reducido. Si alcanzas el deseado diez por ciento, entonces, tendrás vía libre para hacerte con Capital. Y cuando llegue ese momento, tienes muy claro cuál será el siguiente paso.