Antequera ha presenciado esta semana la vuelta al colegio de sus niños. Septiembre tiene estas particularidades, y uno, tras tantos años en el ejercicio del magisterio, como tantos otros compañeros también jubilados, no puede evitar acariciar recuerdos durante estos días en los que el verano recibe su tradicional carpetazo. Son momentos en los que, además, todos percibimos cómo la vida vuelve a la cotidianidad de meses atrás, tan esperada como a veces odiada.
Ahora, las escuelas se han puesto en marcha tras revisar sus proyectos educativos, planes, programaciones didácticas y un sinfín de documentos más para garantizar que el alumnado reciba siempre la mejor respuesta del centro donde se matricula. Y es que este regreso no debería ser solo un acontecimiento para los niños; también los adultos deberíamos aprovechar para redescubrir el valor del aprendizaje en un tiempo que, como sabemos, nunca vuelve.
Zapeando este miércoles en “prime time”, me detuve en ese nuevo programa de la televisión estatal que intenta competir con el imbatible El Hormiguero. Entre los invitados vi al profesor Juan Luis Arsuaga, y no pude evitar recordar algunos de sus magníficos libros ni por supuesto, el interesante video que protagonizó en la serie “BBVA Aprendemos Juntos”. Este científico, paleoantropólogo y divulgador nos invita, a través de su obra, a hacer de la vida una búsqueda constante de conocimiento, belleza y participación activa en este mundo que nos ha tocado vivir.
Arsuaga, uno de los pilares en la investigación de Atapuerca, plantea esa idea que debería ser el fundamento de la educación: lo más importante en la vida es no dejar de aprender, sin que la edad importe. Es una afirmación que conocemos bien quienes hemos trabajado en la educación de personas adultas, donde se resalta el importante cambio que experimentan nuestros alumnos mayores al comprobar que curiosidad, ilusión por adquirir conocimientos y juventud suelen ir de la mano.
Cuando Arsuaga habla de los niños, subraya que, además de ofrecerles igualdad de oportunidades, nuestra labor como adultos debe centrarse en mostrarles la belleza del mundo. No se trata solo de enseñarles contenidos académicos, sino de abrirles los ojos a lo que realmente importa. En una época donde las distracciones digitales consumen gran parte de nuestro tiempo, no podemos permitir que lo esencial pase desapercibido. Debemos enseñarles a disfrutar de la música, la naturaleza, el arte y hasta conversar. En definitiva, enseñarles a vivir y ser felices, porque lo que más recordarán no serán los datos que memoricen, sino cómo aprendieron con la vida y los ejemplos que tuvieron para construir sus valores.
No es fácil la tarea de enseñar a valorar lo más importante y, sobre todo, a mantener ese apetito por aprender en la escuela de la vida, esa que no suspende sus enseñanzas ni en el verano.
Septiembre ha llegado y, con él, abren sus puertas todos los centros educativos. Qué pena que los niños en la Antequera de hoy no perciban tan intensamente el olor a mantecados como lo hicimos nosotros. Ahora que hablamos de escuelas y de vida, en este décimo aniversario de su fallecimiento, parece oportuno recordar a la escritora Maya Angelou y su inolvidable frase: “La gente olvidará lo que dijiste, la gente olvidará lo que hiciste, pero la gente nunca olvidará cómo los hiciste sentir”.