El crítico Roland Barthes aseguraba que el gesto más humano,etimológicamente hablando, de los humanos es el caminar. No lo vamos a poner en duda ni al él ni a otros pensadores.
Los días comunes transcurren casi sin prisa cuando llegan los fines de semana o de una velocidad vertiginosa los demás días. El trabajo, los niños, los colegios, las compras de última hora, el tráfico, la… es decir caminar la vida como toque hacerlo, ya sabes, a veces sin el calzado adecuado sin la libertad deseada de los indestructibles.
Otras veces, lo hacemos de forma paciente, tranquila,como transcurre el tiempo en una planta del tamaño o la ascendencia que sea, crece cada día pero apenas se nota, y sabe esperar el agua, el sol, la poda el desengaño, incluso la sequedad de la tierra o la erosión de la misma, de sus montañas, y los agitado truenos de las tormentas, que hacen que las rocas se desgajen corriendo abajo de los desfiladeros del paisaje para mezclarse o no con el agua de algún río que harto de sequía se digne caminar por allí.
El silencio de las hojas de los árboles, o de algún pequeño grupo de flores perdidas en inmensos jardines, acercan las ganas de pensar y ser pensados. Caminar mirando, oliendo, oyendo e incluso tocando. Pensar hacia adentro para descubrirnos sin prisas y encontrar esa parte de la que no sabíamos nada y está ahí viviendo a nuestro lado.
Este sería un buen momento para escapar de la urgencia de estar en tres sitios a la vez sin entender ninguno. Desarrollar los sentidos y disfrutar de ello. Luego la memoria se encargará de caminar nuestros recuerdos, borrando unos o al menos convirtiéndolos en pálidos fotogramas porque el olvido anula o modifica el pasado a la vez que inventa otros invocando nostalgias no vividas que se tambalean curiosas entre el ser y el no ser entre el pensar y el vivir caminado.