Hace unas semanas celebrábamos el día de la Madre. En el mes de mayo tiene lugar este aniversario que independientemente del sentido religioso que cada uno le otorgue, está cargado de una gran importancia. En ocasiones se subestima el amor de una madre entendiendo su incondicionalidad ya dada por el mero hecho de serlo. Sin embargo hay madres que no dan a luz y padres que no engendran y son educadores por derecho propio porque así se lo han ganado a pulso. Al igual que hay padres biológicos que no merecen en su vida esta maravillosa y gran responsabilidad.
Ser educador no es una tarea fácil, para nadie lo es. En el caso de los hijos adoptivos o de aquellos que se acogen ya sean parte de la propia familia o de otra, tampoco es una labor sencilla. Hacer llegar a ese pequeño todo el amor que se lleva dentro sorteando el trauma del abandono, el miedo a que vuelva a ocurrir, la desconfianza y las inseguridades, es parte del camino. El pasado sigue pesando a lo largo de la vida y sanar esas heridas lleva mucho tiempo y un proceso que debe ser progresivo y continuado.
A menudo nos encontramos con personas que no han sabido gestionar la educación de sus pequeños ya sea en el caso de los padres adoptivos, o la recibida por parte de ellos en el caso de los hijos. A través del proceso terapéutico en el caso del desarrollo de una adicción o conducta de riesgo, de la prevención a través del programa de menores o de las escuelas de padres se pueden mejorar las dificultades personales y familiares derivadas de estas situaciones. Tomar conciencia de las actitudes propias, aprender y mejorar en el manejo y gestión de los conflictos es imprescindible. Porque amar es muy importante, pero con el amor no basta.