Hoy podría escribir sobre estas nubes locas que van y viene sin previo aviso. Que corretean alrededor de un sol tímido y un tanto perdido que se ve abrumado por los grises húmedos.
Seguramente podría escribir sobre el ramo de margaritas que tengo delante. Una eclosión de color amarillo inmerso en agua transparente, fría, abrazada por un jarrón de cristal bohemio. Las miro embobada. Amarillos, verdes, tallos, ramas y… ¡un momento! en medio de esta frondosidad una pequeña flor blanca. Pequeña pero con determinación, con esperanza de ser encontrada entre las grandes y amarillas. Ella sola y blanca. Pequeña y fuerte, sonriente a la vida. Esbelta, párvula y hermosa.
Tal vez podría escribir sobre esos escritores de nombre desconocido que crean personajes y espacios habitados, pero a lo que nadie conoce, a los que nadie busca en una biblioteca, en una librería. Escritores con nombre propio, con creatividad ilimitada que se pasan la vida imaginando vidas de libro, trazando perfiles cónicos de mentes frágiles o fuertes, dibujando corazones bravos o resolviendo amores y desvaríos.
Es posible que hoy pudiera escribir sobre actores secundarios que ocupan en una película un rol tan imprescindible, que a pesar de no percibirlos, si prescindiéramos de ellos, la pantalla se volvería incolora, insípida, inane, porque la trama no podría avanzar sin su rostro, sin sus silencios, sin la palabra que tienen que expresar, o del gesto que tienen que esgrimir para qué, sin que nos demos cuenta, sin que aparezcan en los títulos, cuenten.
Pero qué se le va a hacer, tengo que escribir sobre pactos políticos de dudosa credibilidad y débil tono leal. Es lo que hay. Pero hoy, podría escribir sobre nubes…