La crónica local es la glosa a la vida cotidiana de la ciudad. No cometamos el error de suponer la limitada. El comentario a lo que ocurre a nuestro alrededor puede hacerse con un criterio mezquino con una visión sin horizontes. Es el chisme, la murmuración, el comadreo. Encerrados en los reducidos límites de su ambiente ocasional, los hechos adquieren unas proporciones desmesuradas y para quien los ve a mayor distancia, un carácter más o menos grotesco. Habrá probablemente inteligencias muy lúcidas y espíritus muy serenos y ponderados, aunque no logren escapar al fenómeno colectivo de deformación de la realidad ambiental.
Tendremos que hacer un esfuerzo de comprensión para vivir y sentir los hechos dentro de la atmósfera que le es propia. De lo que les pasa a los moradores de la ciudad, de sus problemas, de sus luchas, de sus inquietudes, no entenderemos absolutamente nada mientras no nos saturados del ambiente en que viven, mientras no respiramos su propia atmósfera, mientras no les dictados moverse y agitarse en su mundo espiritual. Primero hay que ver en cosas y hechos su valor simbólico, su fuerza representativa. El alcalde de la localidad, expresión de la autoridad suprema municipal, es dentro de la vida local, como un jefe de Estado. Esto es lo primero que hay que entender; lo segundo, que no es un jefe de Estado. El cronista/colaborador ha de vivir intensamente la vida del núcleo urbano, pero pensando siempre que con éste no se acaba el mundo. Por encima de todo, pues, importa un sentido de la medida.
Yo aconsejaría a un escritor/colaborador de periódico que escribiese pensando en los lectores como seres próximos, presentes, casi tangibles. Son la única razón de toda su labor profesional y a nadie puede estar más ligado por el deber que a ellos. Un escritor/colaborador ha de establecer un puente entre su cultura y la cultura del hombre medio. Esto no significa entregarse a la vulgaridad. En primer lugar, el sabio sabe que no sabe nada. En segundo lugar, el puente debe tener unos peldaños. Hay que situarse a nivel del público, pero siempre un poco más arriba. En esto estriba la labor del periodista/colaborador. Hay que hablar al lector como habla él… cuando habla bien, seamos sencillos, que de la sencillez está la mayor relevancia del hacer y del sentir, de la forma y del espíritu. Para vencer el orgullo basta pensar que también nos leerán personas más inteligentes y más cultas que nosotros. Si hablamos de filosofía ¿quién nos dice que no suscitaron la sonrisa devuelve hombre harto más enterado que nosotros?
La necesidad de hacernos entender nos hará sencillos; el temor de que se nos rían los doctos nos mantendrá en la corrección en el cuidado de la forma. Si nos leen en una taberna, también nos pueden leer en un ateneo. Y en la taberna misma, ¿quién nos dice que él periódico no caerá en manos de un hombre de basta cultura, clara inteligencia elevado espíritu y delicada sensibilidad? Esto nos recuerda Luis Marsillach, aquel que fue Director de la Hoja del Lunes sobre su teoría y práctica DE LA CRÓNICA LOCAL. Extracto recogido en la Enciclopedia del Periodismo. Todos los días tratamos de aprender algo a nos neófitos en todas las materias.