Hoy hace exactamente trece años que recibí el título de madre. Un título que no se puede enmarcar y colgar en la pared, pero que se lleva para siempre grabado en el alma. Trece años intensos y preciosos en los que he podido experimentar a través de este nuevo vínculo, una forma de ser y de amar diferente. Una nueva forma de ver la vida en la que casi todo pasa por ese aspecto y se ve influenciado por él.
Es una labor en la que tantas madres y padres se estrenan a diario y para la que no estás preparado. Porque esa nueva persona necesita mucho de ti, pero también necesita que le ayudes a desarrollar sus capacidades para que se desarrolle de forma autónoma y capaz de afrontar sus propios problemas. Pasamos por la era virtual sin una aplicación para padres que nos acompañe en este camino y está claro que se hace lo mejor que se puede. Pero solo con el amor no basta. Es absolutamente necesario formarse y dotarse de estrategias que se puedan aplicar en el ámbito familiar para la mejora de la relación entre cada uno de los miembros. Lo cual no le quita dificultad a la tarea de educar, pero sí que ayuda y mucho.
Gracias a mis hijos veo el mundo de otra forma, con más preocupación, sí. Y con la inocencia y la ilusión que se pierde con los años. Gracias a ellos he entendido que los padres somos por encima de todo personas y nos equivocamos, pero que podemos aprender para hacerlo mejor. Que debemos cuidarnos para poder cuidar. Y sobre todo he aprendido mucho de ellos y a través de ellos y por eso me siento profundamente afortunada. Gracias a los dos.
Día de la Madre
