Con oleadas de tristeza llegan sobre las tierras quemadas las palabras nunca dichas de las gentes que huyen ante el horror. Los pensamientos olvidados y solitarios se encuentran en los senderos en donde hace años y ahora de nuevo, transita la lava sin que nada la detenga. Devora territorios y hogares que oteadas a vista de pájaro que ahora son de la especie de los drones, se asemejan a pequeños puntos blancos esparcidos sobre laderas humeantes atrapados sin salida. Y el valle de Aridane se siente arder entre las fisuras desgarradas de la tierra en un otoño caliente que hiende sus espuelas de plata en el pacífico vivir de los isleños. Objetos personales apenas salvados de sus nombres.
Se tiñen de fuego y furor los cielos. Y las bocas del volcán dejan salir lo que guardaba desde hace tiempo. Todo lo que se levantó durante años queda destruido y sonámbulo camina sin rumbo. Lluvia de cenizas que oscurece la esperanza mínima de los seres vivos que habitan la isla. Bombas de lava que se acercan al océano de Tazacorte. No se puede respirar, el dióxido de azufre se adelanta a toda velocidad y la atmósfera grita de forma violenta sin que ese volcán la escuche porque anda empeñado en hablar y que lo oigan.
La alegría de la isla se convierte en fumarolas de lágrimas y nubes de desespero. El agua del rocío ahora se transmuta en lluvia ácida que se eleva sobre edificios enrocados en sí mismos con sometida impotencia. Calles desoladas, carreteras que serpentean partidas en dos sin saber a ciencia cierta donde dirigirse. Se mueve el mundo y el alma de los hombres y de las mujeres que traen a su memoria lo que fue unas horas y ahora no existe. Sustancias pétreas huyendo impávidas. Agua empapando telas sobre los ojos de los que creían haberlo visto todo. Partículas negras de un tiempo de fuego.