Se desciende tranquilamente desde la cima de Castle Rock, transitando por calles adyacentes que transcurren desde el castillo de Edimburgo hasta la Royal Mile. Pero no fue en estos bellos lugares donde nació Connery, él lo hizo en Grove Street, en Fountainbridge, una de las zonas más pobres de Edimburgo.
Hay que detenerse a observar desde un punto infinito todo lo que uno ha contemplado allá arriba. Por otro lado ya había agentes secretos en este universo, pero él se llevó la palma con James Bond, 007 con licencia para matar o espiar al Doctor No.
Pero Connery aprendió que Nunca digas nunca jamás, se cumple y tras recogerla fama del personaje aclamado en Diamantes para la Eternidad, buscó otras fronteras, otros caminos, otras orillas. Así, El hombre que pudo reinar, se transformó en un fraile inolvidable En el nombre de la Rosa. Y Guillermo de Baskerville dio paso a un prestigioso general de la Unión Soviética navegando hacia los premios BAFTA en un submarino rojo. Llegó un viento huracanado envuelto en arena de desierto y cabello rubio y surgió El viento y el león. Cayó en el hechizo de Marnie la ladrona, o él en el de ella y ambos en el de Hitchcock por si fuera poco. Robó protagonismo a todo un elenco de lujo en Los intocables de Eliot Ness, thriller que dirigió Brian de Palma. Por este magnífico trabajo obtuvo un Oscar a actor de reparto.
Entro en la Roca y abogó por Causa justa, pero cuando se convirtió en padre de Indiana Jones, y lideró La última cruzada, sentimos que la genialidad tenía su nombre. Es más, aprendí una de sus frases de guión que marcaron mi vida y que al día de hoy rige mis peticiones a la vida.
– ¿Tú que has encontrado papá?, pregunta Indiana antes de montar en su caballo delante de las ruinas de la ciudad nabatea de Petra.
– Yo. –contesta Connery– ¡Iluminación! Thomas Sean Connery, se fue tal y como llegó, en medio de una ligera lluvia y entre aplausos silenciosos.