No entro en frases descerebradas. No quiero dar un paso atrás ni en el tiempo ni en el espacio. Ni en lo que pienso ni en lo que hago. Sí intento salir de la frase que Mariano Rajoy dijo el otro día: «Fuera de España y de Europa se está en ninguna parte», temo encontrarme, con suerte en Blud Runner y a lo peor, entre Monstruos y Alienígenas.
En medio sólo se pincha hueso, porque sería un consuelo encontrar una anchoa, un resto de pimiento rojo o un atisbo de hueso, porque aunque sea duro, áspero, siempre crea una sabia expectativa de nuevo fruto, de germinación, de crecimiento, de vida.
Pero las respuestas, bueno respuestas no hay, sólo salvajes deterioros en tan abierto abanico, que es imparable la caída, la cuesta abajo, el roto en los fondos, el desplome.
Los padres salen el jueves a la calle porque no ven futuro para sus hijos. Ellos, nosotros, lidiamos como podemos esta sinrazón, pero no queremos semejantes despropósitos en la vida de nuestros hijos y aquí es donde más duele. Hasta los personajes de los libros se revelan, se revuelven en las páginas en las que se encuentran.
Los protagonistas de mi nuevo libro se manifiestan, me obligan a dar un cambio de perspectiva. Sus mentes inteligentes y jóvenes no sabían lo que está pasando en el exterior del mundo en el que se alojan ahora. Como me parecía desleal no comentarles algo de lo que se cuece en la superficie, les he hecho llegar vía rápida, unos cuantos periódicos. Testimonio escrito y fotográfico.
Me demandan un final más optimista para cuando emerjan a la superficie. Ahora los tengo desarrollando estrategias para verse las caras en un mundo desconocido. Pero es que cuando los traiga a casa ¿qué mundo les ofrezco, el real o el imaginario? Difícil elección.