Si, allí estaba el velero, colgado sobre el mar, ausente de agua, ligero volaba entre el azul del cielo y el de las aguas. Ningún hilo lo sostenía en el firmamento, ningún truco de magia se apreciaba en aquella nave flotando en un vacío extraño. No se si tenía alma de marinero, o de librepensador, tampoco se observaba ningún brujo o nigromante a su alrededor, no eran los efectos especiales de Georges Mèliés creó en los albores el siglo XX, no tampoco era eso. No tenía los prismáticos a mano, no tenía ni las lentes de contacto puestas, estaba indefensa con mi miopía en medio de una playa casi desierta y delante de un mar en calma.
¿Quién puede decir como fluye el tiempo? Ni un millón de estrellas podrían explicar el significado de esto. Pero lo tiene. En mi auxilio llegó mi amigo Juanma, estudioso él de fenómenos astronómicos y mareas, para sacarme de dudas, para poner nombre a aquello que estaba viendo un tanto borroso: “es lo que se llama Fata Morgana”. Sí, me suena, le dije, lo de ese nombre artúrico, Morgana, la hermana del rey Arturo, el hada cambiante de las leyendas pero… Ante mis dudas Juanma siguió contándome… Por lo visto todo tiene que ver con una ilusión óptica, con un espejismo superior que se produce con una inversión de la temperatura, cuando el sol calienta la atmósfera sobre la tierra o el mar y se entremezclan las energías sin ton ni son. ¡Vaya! Exclamé, pero la historia siguió, mientras el velero suspendido en un lugar abstracto, continuaba su singladura. Así que objetos que encontrándose en el horizonte, islas, acantilados, témpanos de hielo, adquieren una apariencia alargada, y elevada, como si se trataran de castillos de cuentos de hadas colgados de la nada. Verdaderamente era como oír un relato encantado de la boca del experto.
Aquella mañana aprendí también que la Fata Morgana más célebre es la que se produce en la costa meridional de Sicilia allí donde las aguas se con vierten en el estrecho de Mesina y las nubes cubren Calabria.
