La muerte de cualquier ser humano merece todo mi respeto, ya sea por causas naturales o trágicas como la de Miguel Blesa. Un tiro en el pecho. Suicidio. Blesa era ya un peso muerto para sus amigos. Ya nadie le cogía el teléfono. Los amigos, que por cierto no lo eran, ya no querían ni verlo, ni hablarle, ni conocerlo. Caída, pérdida de poder y demasiados correos llenos de nombres muy importante como el del ex presidente Aznar.
Las estafas en las que estaba implicado Miguel Blesa no eran cualquier cosa, eran de proporciones gigantescas y crueles para todos los pequeños ahorradores, pensionistas que cayeron bajo los engaños más infames. Me duelen los pensionistas especialmente. Toda una vida de trabajo, de ahorros para un futuro y se encontraron con la frase de este señor: Los clientes ya fueran jubilados o no, no eran ignorantes financieros”.
Juicios, tarjetas “black”, pero todos decían que él estaba tranquilo. Juicios, por cobrar sobresueldos descomunales, juicios, por fraude de las preferentes y no estaba afectado. Desgraciadamente el amor, el cariño, la amistad en ese otro mundo, el de estos señores, podría ser muy elitista pero nunca amistad, sólo eran negocios y entre estos sucios negocios se cuela uno especialmente delicado, el de la industria armamentística.
Un trágico final para un banquero aborrecido por los suyos. La clase política le dio la espalda. Con su muerte se acaba su responsabilidad penal, pero espero que no se reduzca la responsabilidad de sus actos, ni la de aquellos que se asociaron con él amparándolo en todas sus fechorías. Estos que quieren echarle la culpa a las desgraciadas víctimas de sus tejemanejes. Rapiña e incompetencia. De esto nadie hasta el momento ha asumido la responsabilidad. Por cierto, los delincuentes no son lo mismo que las víctimas de su delincuencia. En fin, la justicia y la vida siguen su curso.