jueves 21 noviembre 2024
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¡Gracias, ‘seño’, gracias, ‘profe’!

Este jueves 24 de junio, muchas familias habrán vivido el fin del curso escolar, con una semana atípica donde los más pequeños han ido llevando van cada día a casa, cuadernos, estuches, trabajos y su labor de todo un curso, el que iba a acabar en octubre. Una semana donde he optado por dejar aparcado lo de los indultos, la mascarilla y Morata, y apuesto con mi papel y orgullo de padre.

Sean estas palabras para la “seño” o el “profe” que durante un año han sido de nuevo maestros en la educación de nuestros hijos y más en el año después del confinamiento, de las clases virtuales, del “comenzamos, pero en unas semanas volveremos a casa” como el año pasado. Un gran aplauso y dedicatoria para todos esos profesionales que han demostrado su vocación por sus alumnos, a pesar de las circunstancias y el olvido de invertir en Educación.

No pongo nombre ni curso, porque estas palabras van para todos los docentes, aunque obviamente me baso en lo que he percibido y en alguien en concreto. Mi hija tenía 4 años y le tocó la pandemia en el curso que empezarían a leer. Y lo ha terminado con 6 años y no para de escribir y leer en voz alta las palabras que salen del teclado a la pantalla del ordenador.

Reconozco que sigo suspendiendo en conciliación y asumir la igualdad en casa. Pero esta pandemia me ha llevado a poder descubrir lo que me pierdo: el estar con mi pequeña más tiempo y poder conversar con ella con mayor frecuencia. Hay tres momentos que son mis preferidos: las primeras palabras al ir a clase a las 9 de la mañana, el abrazo que te da en el momento menos esperado y nuestros rezos y cuentos antes de dormir. (Sin olvidar la despedida de su madre y su último gesto que me hace volverme más loco aún por ella).

Y es ahí donde hay que agradecer a todas las “seño” y “profes” porque a pesar de la situación vivida, han transmitido serenidad, compañerismo, tranquilidad, optimismo y creer en ellos, pese la edad y las circunstancias. Percibir cómo han sabido transmitir cumplir las normas de la pandemia es un ejemplo de lo generosa que es la sociedad. En lo negativo, ¡cuántos abrazos, besos, cumpleaños, reuniones, se han perdido los más pequeños de la casa! Y, ¿a cuántos familiares han dejado de ver y cuántos han perdido? Ya me tocará vivir cuando sea mayor y lleguen los problemas de la adolescencia… pero mientras, disfrutemos de lo que tenemos. En dos años: habla, pronuncia y comprende el inglés como nuestra generación hubiera soñado. El quedarse en casa ha tenido el refugio de la pasión por escribir, buscar libros en la Biblioteca y pedirlos como regalo. Su pasión por su “seño” le ha llevado a querer y desear ser como ella de mayor. De momento, pone a los abuelos a darles clase de lo que aprende en su “cole”.

Son las cosas positivas de estos dos años, donde no hemos aprendido a valorar la vida; se nos ha olvidado el confinamiento, los fallecidos, lo que hicieron por todos los sanitarios y todo tipo de profesional que siguió al frente de todo para que no nos faltara de nada. Y, cómo no, ¡qué decir de los profesores, de los maestros, de las “seño” y los “profe”!¡Gracias, gracias y gracias por tanto en tan poco espacio de tiempo! No nos quedemos con lo malo, lo negativo, el mensaje del grupo de whatsapp… busquemos lo positivo de la vida que en mi caso, ha sido apreciar un año donde los “peques” han demostrado que son la mayor esperanza para el mañana.

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