Antes de nada tenemos que tener muy claro que la lactosa es un azúcar que se encuentra en la leche y por consiguiente en todos los productos y derivados lácteos. La lactosa está formada por la unión de una molécula de galactosa y otra molécula de glucosa. Para la correcta metabolización de la lactosa en nuestro organismo necesitamos una enzima llamada Lactasa que rompe ese disacárido que es la lactosa.
El problema surge cuando hay personas que en su intestino delgado no poseen la enzima Lactasa o la poseen en muy pequeña cantidad. Esta situación en ocasiones puede ser temporal y secundaria a otras patologías que reducen los niveles de Lactasa del intestino. Así por ejemplo, esto es lo que ocurre cuando hay procesos diarreicos, cirugías, gastroenteritis u otras infecciones. En estas ocasiones se lesionan parte de las células que recubren la pared el intestino, bajando así los niveles de Lactasa presentes en el epitelio. Por esta razón se recomienda el uso de leches sin lactosa en determinados momentos puntuales hasta que poco a poco se recupere la normalidad.
Otra cosa bien distinta es cuando el déficit de Lactasa es continuo y no obedece a una situación temporal. Raramente se manifiesta en recién nacidos, se suele presentar entre los 3 y 5 años de vida e incluso en edades más tardías. Los principales síntomas que produce la intolerancia a la lactosa son diarrea, flatulencia, desnutrición, pérdida de peso y heces con un olor muy fétido. El tratamiento lógicamente pasa por la retirada de los productos lácteos de la dieta y suplementando la alimentación con calcio, vitamina D y proteínas. Hay que prestar especial atención a los productos elaborados, porque aunque no lo parezca en su composición pueden contener algún tipo de derivado lácteo. No hay forma de prevenir esta afección, pero mejora notablemente con el control de la dieta. Para terminar, les aconsejo un buen concierto para olvidar nuestro estrés cotidiano.
