El 30 de agosto renové el miedo o el respeto a las profundidades oscuras del océano. Hicimos una especie de viaje al pasado cinematográfico. Se cumplía el 50 aniversario de “Tiburón” de Steven Spielberg (1975). Una película que rompió la forma de hacer y publicitar el cine, y que abrió las puertas a una nueva era dorada de la producción cinematográfica, de la que tuvimos la suerte de vivir y disfrutar con la edad adecuada. Una edad en la que los sueños y la realidad están unidos por un fino hilo a punto de romperse, y que uno a pesar del tiempo sigue sujetándolo con fuerza. Como si de él pendiese la cometa de esa ilusión que te hace vivir cada instante en plenitud contigo y los que te rodean.
Spielberg, esa promesa de la dirección que apuntaba alto con la película “El diablo sobre ruedas” (1971), sería desde entonces un director de éxito, una marca y un mentor de directores y producciones que pintaron las pantallas cinematográficas del mundo con ilusiones, risas, fantasías, espantos… “Tiburón” no ha sido maltratada por el pasar del tiempo. Es más, diría que ha ganado. Hoy en día, la celeridad de las producciones, me refiero a la edición de las mismas, no dejan disfrutar a veces del talento artístico de los intérpretes o las intenciones artísticas de sus creadores. La imagen, el sonido, el silencio, el movimiento de la cámara, las interpretaciones, el tempo de la edición… son una perfecta sinfonía en la película “Tiburón”. Hay que destacar la presentación de los personajes, el sentido visual del director.
Les pongo dos ejemplos de secuencias muy distantes. La primera, cuando montan la jaula para que el biólogo Hooper entre en ella e intente matar al temible escualo. Solamente son tres los planos que utiliza Spielberg para ver como montan la jaula. Y la segunda, para mí la mejor secuencia de la película, la narración por parte del capitán Quint (Robert Shaw) al jefe Brody (Roy Sheider) y al biólogo Hooper (Richard Dreyfuss), sobre el acontecimiento que vivió en la II Guerra Mundial a bordo del USS Indianápolis. La interpretación de la narración, la situación de la cámara, las pausas y el sonido, conforman toda una lección cinematográfica de aquel joven Spielberg. Spielberg dejará impresa en la película su estilo visual como el juego de las profundidades de campo visibles en enfoque (heredadas de Alfred Hitchcock), el manejo de los travellings, el contraluz, la música descriptiva de John Williams… Usted puede coger cualquiera de las posteriores películas del maestro y podrá ver en “Tiburón” la exposición de su decálogo artístico.
Supuso un esfuerzo tremendo para el joven director, su salud llegó a mermar debido a la presión de la Universal, los presupuestos, los constantes fallos en el falso tiburón (del que se beneficio el suspense de la película debido a que se recurrió al ingenio para equiparar las pocas apariciones del mismo), y sobre todo el rodaje al aire libre afrontando las posibles inclemencias; hizo que el director cogiese fobia al mar y fuese asistido a veces por crisis de ansiedad. Un precio que tuvo que pagar y que le haría convertirse a posteriori en el llamado rey Midas de Hollywood de la época.
“Tiburón” mordió las pantallas cinematográficas del mundo entero, fue la película más taquillera de la historia. Pero un día de 1977, Spielberg recibió una postal de Georges, un amigo de la pandilla de amiguetes. La postal le anunciaba que “Tiburón” dejaba de ser la película más taquillera de la historia. Spielberg admiró el dibujo de la postal: un personaje misterioso ataviado de negro, con capa y una extraña máscara de estilo samurái, blandía un sable láser en el aire, cortando la cabeza al Tiburón de Spielberg. Otra amenaza se cernía sobre las pantallas cinematográficas del mundo. Pero eso, iba a ser otra historia, de hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana.