Este febrero que no es bisiesto se resiente de lo que más le duele, la inoperancia del tiempo, la fragilidad de las decisiones, el absentismo de la realidad.
Así más o menos comenzó a visualizar el piano Chick Corea, pianista y compositor de jazz. Seis décadas de escalas y papel pautado besado y querido. Frontera entre dos mundos, que sin vigilarse, se observan, se juzgan por lo bajinis y se cuentan los Gramys conquistados en el imperio de la música.
Un adiós en tonos del jazz más carismático. Comentaba días antes de irse que él había pisado los escenarios del mundo para llevar alegría allá donde pudiera. Y sabedor de su final dejó este legado con agradecido afán a sus seguidores y especialmente a aquellos que emprenden el camino de la música la senda del jazz. Para ser honestos, digamos también que este hombre que caminaba al lado de un compás de inusual interpretación. Extraña ejecución, brillante sabiduría, inteligente y agradecida despedida. Él que no se consideraba uno de los mayores se alegraba de haber tocado con los mejores. Teclado electrónico, teclado mágico. Casilla de un juego de notas que dominaba hasta el virtuosismo de vanguardia, porque dejó a los leones del jazz a la altura de un lápiz pequeño o de un saxofonista engreído.
Armando eligió para morir un cáncer poco común. Hasta en esto ha sido exclusivo. Corea no necesitaba alzar su voz para hacerse oír, “su autoridad es clara sin necesidad de aumentar el volumen”.
Cuando cumplió cuatro años captó que el piano, el teclado sería suyo para siempre. Luego llegaron casi como en una irrealidad paralela las bandas en las que tocó mientras se hacía más grande. Y llegó para el mundo, el tema Mediteranean Sundance junto a Paco de Lucía. Conexión extraordinaria entre un pianista de Chelsea y el guitarrista de Algeciras y de pronto llegó Al Di Meola y todo se volvió mágico. ¡Disfrutad, porque esta música deja huella en el alma!