Cuando escribo estas líneas, la radio anuncia las movilizaciones que van a hacer las mujeres temerosas que un socio del nuevo gobierno de la Junta de Andalucía les reste sus derechos. Y claro está, no van a permitir retroceder un centímetro en el avance por su consideración de personas iguales, tanto en la esfera pública como privada, con respecto a los hombres. Tienen sus razones. La calle vibra, es eco, recoge nuestras decepciones, deseos y transmite fuerza.
Pero también es partidista y sesgada. No es posible unirnos millones de españoles para decir ¡basta! a las negociaciones para los presupuestos. A ese salto al vacío que desde Moncloa se quiere llevar a cabo. Fantásticos regalos a los catalanes cada vez más enquistados en sus razones. ¿Qué pasa por la cabeza de un extremeño por su deficitario transporte ferroviario? Que se aguante. Continuar en el poder es lo que cuenta. Y eso es lo que algunos quieren que ocurra en Andalucía, que ningún proyecto del nuevo gobierno para nuestra tierra, por ilusionante que sea, tenga aprobación. La calle está preparada para lo que se avecina.
Curiosamente no es fácil ver una manifestación a una buena gestión. ¿Por qué no se ha manifestado nadie agradeciendo a los miembros de la Junta saliente su trabajo? ¿Es que nos hemos olvidados o estábamos hasta el hartazgo? Las reflexiones no tienen que hacerlas los votantes sino los votados. Y hablando de analizar con criterio y frialdad, hemos de mirar con lupa cada una de las mejoras que ha experimentado nuestra ciudad.
También las deficiencias. Sabiendo que la valoración es muy positiva no olvidar a quienes lo han hecho posible. Un buen alcalde hay que mantenerlo por muchos adversarios que le quieran salir, son bastantes menos que los que le arropan. Y presumimos de tenerlo, de cuidar un preciosísimo entorno y, además con la generosidad emocional suficiente para mirar a todos lados. No siempre son necesarios los cambios, éstos vienen y haciendo ruido, cuando no se gobierna con la lealtad que el cargo requiere.