A estas alturas nadie puede ignorar las palabras del ministro Garzón. Probablemente, se han distorsionado, exagerado, o simplemente recogido la frase que pueda servir de provisiones para rearmar a los rivales. Todo es posible. Pero un ministro de un país soberano, que de momento es y se llama España, no puede, por mucha razón que lleve, ponerse ante unos micrófonos extranjeros, de gran repercusión internacional, para hablar de lo que se debe dirimir en suelo patrio. Y todo lo queremos resolver en clave de votos.
No habrá dimisión por alta e insistente que sea la voz de los contrarios. Tampoco ha pasado desapercibido la cara avinagrada y circunspecta del presidente Sánchez al ser preguntado por el tema. Se ha visto contenido. Tiene el patio revuelto con muchas elecciones autonómicas que necesita adjudicarse para afirmar su poder. La seriedad no se borra de su rostro, tanto si le da un abrazo de consuelo al ministro de las vacas como si lo reprime en un consejo de ministros, la opinión pública se ha cebado con las declaraciones del joven ministro de Consumo. Castilla y León se han sentido muy heridas y su respuesta se espera para el 13 de febrero.
Deben ser gente noble los castellanos, van a votar el segundo domingo de febrero. Se celebra, también, el Día Mundial del soltero, la víspera de Carnaval y de San Valentín. Fiestas suficientes que les ayudarán a apaciguarse antes de introducir la papeleta. Como los resultados sean desfavorables a Sánchez, el coordinador de Izquierda Unida o lo que quede de ella, se va a quedar a la sombra contemplando los hermosos los robles y hayedos centenarios del paisaje castellano hasta que aprenda a medir la palabras justas que debe poseer un ministro.
Mientras tanto, aunque no se dejan de abrir cortafuegos a las palabras de Garzón, la rebaja en los test de antígenos es un acicate para que llegue la calma. Cuando algo nos lo ponen más barato nos dejan muy contentos y se nos olvida otras cosas importantes. Así somos.