Empiezan a ser más largos lo días, las tardes se vuelven a reubicar en esos minutos ganados al atardecer y que despiertan alegrías. Las miradas descubren que la luz le gana espacio temporal a la oscuridad. Por ese motivo o porque hay ganas la reunión se concierta una en la cafetería del centro de la ciudad, allá donde el aire corre por todos los lados de la plaza.
En un acuerdo previo al encuentro, todos, los cinco, prometen no hablar del cambio climático aunque sea tan palpable, ni de la velocidad de contagio del virus, ni del precio de la luz, ni de las macrogranjas, ni de ese tenista serbio al que le encanta montar el número allá a donde se desplace, ni de puñaladas traperas de culebrón familiar o de aquellos que creen que son una oposición inteligente cuando usan el altavoz de las repeticiones que son mentira. Obviamente otros temas como el número de ensayos de la orquesta filarmónica de Viena tampoco se van a tratar y ninguno pasará su mirada, ni la más superficial, sobre globos de oro o las alfombras rojas.
El frío se cuela por entre las rendijas de los abrigos y de los pensamientos. Se pide café: cortado, sombra, mitad, nube, sólo… Huele a conversación con ganas de creatividad. Todos prefieren cocinar palabras y apostar fuerte por las letras de los libros que van a escribir este año que acaba de empezar. No hay gritos, ni mentiras, insultos o descalificaciones manifiestamente la reunión es en una terraza de la cafetería,que está muy lejos de ser el Congreso, faltaría más. Esto es un encuentro de amigos que escriben y comparten ideas, soledad,agudeza y folios que hay que llenar de historias.
Con el último sorbo de café, que suena a despedida real, estos personajes, amigos y creyentes de la fuerza de voluntad, encuentran más ágiles sus pensamientos y más claras las ideas para crear nuevos territorios literarios en los que habite la imaginación.